Por ANDRÉS TAPIA
La única bandera no cuadrilátera que existe en el mundo pertenece a la República Federal Democrática de Nepal. Se compone de dos banderines triangulares que ostentan un sol y una luna creciente pintados en blanco. El color rojo carmesí que los enmarca es el color de la flor nacional, el rododendro, y simboliza lo mismo valentía, sangre o victoria; en tanto que la franja azul que la bordea representa paz y armonía.
Lo poco heterodoxo de sus formas supone, por supuesto, un capricho que apuntala una singularidad: ocho de las montañas más altas del planeta se localizan en Nepal (la más alta incluida: el Monte Everest). Así, los banderines triangulares de la bandera representan a las montañas del Himalaya.
Es cuando menos curioso (a mí me parece extraordinario) que la única bandera del mundo que es distinta a las de los otros países, sea el símbolo de las montañas en las que alpinistas y exploradores de todas las nacionalidades han clavado sus propias banderas.
Pero una bandera es eso, un símbolo, y también lo que un grupo, sociedad, estado o país quiera que sea.
La primera noticia que se tiene de una bandera se remonta a la dinastía Zhou, en China, hacia el año 1122 AC: uno de sus fundadores solía llevar una bandera blanca delante suyo. Aquella extravagancia pronto se popularizó y los ejércitos de los diversos pueblos de China comenzaron a portar insignias.
Tales banderas incluían dibujos de dragones, tigres blancos o aves de color rojo. Sin embargo, la bandera del rey o emperador estaba repleta de simbolismos que daban cuenta no sólo de su realeza sino también de su poder. Tanto que para un ciudadano común tocar la bandera podría equivaler a la muerte. Por ello mismo, el emperador raramente exponía su bandera y su persona a un mismo tiempo: si él caía en batalla, el símbolo de su poder podría seguir inspirando a las tropas; si caía la bandera, él podía seguir guerreando o escapar.
La china no fue la única cultura en conceder un poder simbólico a un trozo de tela. Los antiguos habitantes de la India solían llevar banderas en carruajes o elefantes que conducían a la guerra. Curiosiamente eran triangulares (al igual que la bandera de Nepal), de colores rojo y verde, y con figuras bordadas en hilos dorados. Apenas comenzar las escaramuzas, las banderas se desplegaban y consecuentemente eran el principal objeto de ataque. Si los estandartes caían significaba, si no derrota, cuando menos una terrible confusión que podía aprovechar el ejército en ventaja.
Los animales bordados en las banderas de ambas culturas, acaso estaban vinculados con una suerte de sombrillas que fueron comunes en las culturas egipcia y asiria: una vara alta que un sirviente portaba para proteger a los dignatarios del sol, y en cuya parte superior se hallaba esculpida la figura de algún animal.
Las banderas habrían llegado a Europa por medio de los sarracenos, quienes a su vez las habrían tomado de la India. No obstante, una prohibición del Islam –utilizar cualquier tipo de imagen equivalía a la idolatría– influyó en los primeros tiempos, y hasta hoy, en el diseño de las banderas de los países que hoy profesan la religión del profeta Muhammad o Mahoma. Banderas en blanco, rojo o negro (el color que se presume tenía la bandera de Muhammad, es decir, el de la venganza), con la salvedad del estandarte de la Dinastía Fāṭimid, verde, y que eventualmente se convertiría en el color del Islam.
No está completo el cuadro si no se menciona que hacia el año 1250 D.C., los turcos otomanos reemplazaron un antiguo símbolo asirio con una medialuna, a la postre y hasta hoy, el símbolo oficial del Islam.
Cuando las banderas llegaron a Europa, los remanentes del Imperio Romano hicieron su tarea: le trazaron una cruz, las convirtieron en el símbolo de las Cruzadas y les agregaron los milagros del santo patrono de cada región. El ejemplo más notable hoy es la llamada Union Jack, la bandera del Reino Unido, que detenta en sus colores y formas las cruces de Saint George, Saint Andrew y Saint Patrick (Inglaterra, Escocia e Irlanda). Pero la Union Jack es tan sólo el ejemplo más reciente y acabado. Revísense las banderas de Noruega, Suecia, Finlandia, Islandia, Dinamarca, Grecia y Suiza, las primeras cinco forman parte de Escandinavia; las otras dos, no por alejadas del norte de Europa, perdieron el linaje de alguna vez haber sido vasallas de la antigua y cristiana Roma. En todas y cada una se halla el símbolo de la cruz.
Las banderas, empero, no sólo son el símbolo de una identidad, una historia y unas tradiciones, también pueden ser utilizadas como señales. En días que se han ido pero se recuerdan, una bandera negra, con calavera y tibias o sin ellas, advertía que quienes la enarbolaban eran piratas. Una bandera amarilla sugiere una epidemia o cuarentena. Una bandera izada a media asta representa luto; una izada al revés puede indicar alternativamente rendición ante un ejército invasor, o una señal de auxilio en caso de amotinamiento, secuestro o terrorismo.
Quemar una bandera, propia o extranjera, implica odio o una afrenta, pero, en el caso de los Estados Unidos, una bandera que ha caído al suelo debe ser quemada pues en tales condiciones supone una connotación de derrota.
Una mentira nacionalista inventada en México, narraba que un cadete del Colegio Militar llamado Juan Escutia, en ocasión de la guerra entre México y los Estados Unidos, en tanto se hallaba a cargo del torreón en el que se localizaba la bandera del país, se envolvió en ella y se arrojó a una de las laderas del Castillo de Chapultepec, con tal de que el símbolo no cayese en manos del enemigo.
La semana pasada, el Primer Ministro británico, David Cameron, ordenó izar en lo alto de 10 Downing Street la bandera de Escocia como un guiño a la sociedad escocesa que hoy vota en un referéndum si quiere permanecer dentro del Reino Unido. Dos empleados lo intentaron, pero el estandarte azul con la cruz de San Andrés se desprendió del asta y cayó al suelo.
Hace un par de días, en ocasión del desfile militar que anualmente se celebra en México en conmemoración de la Independencia del país, en la plaza mayor de la Ciudad de México, mientras miembros de la armada y la marina intentaban izar una bandera monumental, está se desprendió del asta y cayó al suelo.
Por si fuera poco, el día de ayer la cantante estadounidense Miley Cyrus, ofreció un concierto en la ciudad mexicana de Monterrey. En algún momento del mismo, uno de sus bailarines frotó con una bandera mexicana el culo de la chica.
Si creo en los símbolos, creo también en las coincidencias. En lo tocante a Escocia hay una dualidad en el significado de la caída de la bandera en 10 Downing Street: el Reino Unido pierde a Escocia porque gana el “SÍ”, o Escocia seguirá siendo “maltratada” por Inglaterra como históricamente ha ocurrido.
En el caso de México está mucho más claro: Enrique Peña Nieto es un presidente limitado al que sostienen con alfileres las clases política y empresarial del país –quién-sabe-con-qué-peregrinas-y-extrañas-intenciones. Un presidente que no se siente a gusto con el rol que la historia le asignó y que en ocasión de gritar lo único por lo que vale la pena escandalizar en este país, apenas y susurra. Pero él es el menos culpable de todo: los que lo vieron tartamudear cuando se le pidió en alguna ocasión que citase tres libros que hubiese leído, y que a pesar de sus desvaríos verbales le votaron y lo siguen defendiendo, son a quienes habría que responsabilizar por la caída de la bandera.
Y lo de Miley Cyrus, bueno, esa chica realmente lo ha entendido: un trozo de tela, por más historia y simbolismos que posea, es tan sólo un trozo de tela. Sea china, hindú, inglesa, escocesa, espartana o republicana.
Un objeto inanimado –si bien poderoso– que, llegado el momento, tan sólo sirve para limpiarse el culo.