Por ANDRÉS TAPIA
El 2017 es un número primo. El 306º en la lista de los números que sólo son divisibles entre sí mismos y la unidad. Si a 2017 se le despeja de la siguiente manera: 2017+(2-0-1-7), el resultado es 2011, el anterior número primo en la escala de los números de esa clasificación. Pero si se retira el paréntesis y en contraposición se añaden sólo signos de adición (2017+2+0+1+7), el resultado es 2027: el 307º número primo, es decir, el siguiente en la lista de los números naturales mayores a 1 que sólo tienen dos divisores.
Si a 2017 se le resta el anterior número primo (2011), el resultado es 6. Si se suman los cuatro dígitos de 2017 (2+0+1+7) la suma ofrece 10. La suma de 6+10 es 16, es decir, el cuadrado perfecto de 4 entre los números primos 305 y 307, y la diferencia entre uno y otro. ¿No basta? Sumemos entonces 3+0+5+3+0+6+3+0+7. ¿Resultado?: 27. El 27 no es un número primo, como tampoco lo es 25, que representa la suma por dígito individual de 2+0+1+1+2+0+1+7+2+0+2+7. Sin embargo, si del mismo modo se adiciona 2+7+2+5, de nuevo tenemos 16.
No es mi deseo llegar al punto de la exquisitez, pero si a 16 lo descomponemos y lo sumamos (1+6) tenemos por resultado 7. Tomemos entonces de nuevo al 2017 y, sólo por ociosos, porque no tenemos nada qué hacer, introduzcamos aleatoriamente el 7 entre los cuatro dígitos que forman parte de 2017: nuestra primera opción es 27017; la segunda, 20717; finalmente, 20177. En los tres casos la suma de los cinco dígitos es 17. Y los tres números (27017, 20717, 20177) sólo son divisibles entre sí mismos y la unidad. Es decir, son números primos.
Llegados a este punto deberíamos admitir –boquiabiertos y sin mayores objeciones– que el 2017 matemáticamente es un milagro, pero dado que no sólo es un número divisible entre sí mismo y la unidad, sino que al mismo tiempo representa el año del calendario gregoriano que está a punto de concluir, que también es un número de mierda.
El año 1933 –también un número primo– fue el de la ascensión y conversión de Adolf Hitler, un estudiante mediocre de arquitectura, en el Bundeskanzler de la que pocos años más tarde sería la Alemania nazi o, en las obsesiones del nativo de la ciudad austriaca de Braunau am Inn, el Tercer Reich. El año 2017 representa la ascensión al poder de un individuo tan provinciano y rupestre como lo fue Hitler, pero cuyo nombre es el de Donald Trump.
En la Wikipedia, la enciclopedia social fundada por Jimmy Wales, se halla perfectamente descrita la trayectoria como son of daddy, empresario, provocateur, acosador sexual, macho alfa –cuyo desempeño como seductor ha venido a menos por causa del tiránico ejercicio del Secret Service– y hoy presidente de los Estados Unidos de America, de Donald Trump.
En la red social de Twitter, específicamente en su cuenta denominada @realDonaldTrump y de la que cabría suponer dio pie a la invención de las hoy llamadas fake news o, en otro modo de ideas, las postverdades, se puede leer con náusea, pero sin exageración, que 2017 se parece a 1933, que aventurar analogías en torno a Hitler y a Trump no es la histeria de una fantasía y que hoy, como hace muchos años, el Mundo se halla en peligro, tanto o más que cuando John F. Kennedy y Nikita Jrushchov enfrentaron la llamada “Crisis de los Misiles”.
A la confrontación con ese idiota llamado Kim Jong-un –lo que Trump hubiese querido ser cuando era joven e imberbe y no pudo ser… pero casi lo fue–, se suman sus ataques sistemáticos a México, proverbiales e insanos, ciertamente, pero no carentes de sustancia en tanto Enrique Peña Nieto, incapaz, inculto, incierto y bobo, se ha sometido a sus embates en tanto no tiene idea, ni inteligencia, para caer en la cuenta de que a un bully se le enfrenta en su terreno y con sus mismas armas. Invitar al matón a casa, haberlo dejado que escupiera en la sala, haberle hecho caso a Luis Videgaray, a quien la historia de México habrá de maldecir acremente algún día, sólo confirma lo que ya sabemos: Enrique Peña Nieto no fue, ni es, un mal un presidente, sino apenas un fallido experimento de marketing surgido en la mente de unos estudiantes pretenciosos –y al final muy malos– del ITAM.
Pero dejemos lo trivial a un lado –trivial pese a que México superará este año su récord en cuanto a víctimas de homicidios dolosos y pese a que el ex secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, en una charla informal hace unos meses en un periódico mexicano renacido, increpó a un periodista diciéndole que el número de asesinatos en un país no suponía el fracaso de una política de seguridad en tanto “existen otras variables” que determinan, o no, el éxito, o el fracaso, de estrategias sexenales… o transexenales– y concentrémonos en Donald Trump, ese malnacido al que debemos odiar los mexicanos porque a los mexicanos no nos está permitido odiar a Enrique Peña Nieto, o a Luis Videgaray, o a Genaro García Luna, pero sí, por default, por antonomasia, al candidato idiota de la izquierda, un imbécil en la teoría, no en la práctica, al que decenas de periodistas amansados aseguran debemos crucificar pase lo que pase.
El señor Trump arrojó un Zippo encendido al reconocer a Jerusalen como la capital de Israel. El idiota Trump arrojó una antorcha apagada al darle autoridad a Vladimir Putin para que mediase en el conflicto entre su megalomanía y la soberbia de Kim Jong-un. El presidente Trump se burló de Enrique Peña Nieto y de los mexicanos el día que lo invitaron a la Residencia Oficial de Los Pinos, pero es necesario decir que fue por culpa de Enrique Peña Nieto, Luis Videgaray y de sus acólitos… y de algunos millones de mexicanos.
El dólar superó el día de ayer la barrera apocalíptica de los 20 pesos mexicanos en el tipo de cambio. El gobierno de Guatemala decidió trasladar su embajada de Tel Aviv a Jerusalen en apoyo a Donald Trump. Vladimir Putin se ofrece a mediar en el conflicto entre Estados Unidos y Corea del Norte. Poco a poco, pero el mundo se vuelve loco.
El 295º número primo es 1933, el año en que Hitler ascendió al poder. Suma 1+9+3+3 y tendrás 16. Suma 2+9+5 y tendrás 16. Donald Trump fue elegido presidente de los Estados Unidos de América en 2016.
O la aritmética se descompone, a este Mundo se lo lleva el diablo.