La garza blanca en los tiempos de la pandemia

Por ANDRÉS TAPIA

Quien alguna vez jugó Age of Empires, el videojuego creado por Microsoft, la compañía fundada por Bill Gates, seguro tiene claro que un Scout (la traducción literal al castellano es explorador), es un jinete, o soldado de a pie, que es enviado a un sitio determinado con la misión de observar, explorar o, simplemente, prestar atención al entorno que se va revelando mientras se avanza.

Quien no lo hizo, relacionará la palabra Scout con la agrupación infantil creada por el General británico Robert Stephenson Smith Baden-Powell of Gilwell, un hombre que con muy buenas intenciones concibió la idea de un movimiento destinado a combatir la delincuencia en Inglaterra en los primeros años del Siglo XX, a partir de un proceso educativo sustentado en valores comunes que fomentaban el desarrollo físico, espiritual y mental de niños y adolescentes.

No hay duda que Lord Baden-Powell tuvo un punto, quizá muchos, al crear la agrupación (hoy organización) de los Boy Scouts. Pero lo cierto es que en el fondo era un hombre muy cursi. Un Scout, o explorador, es alguien que en circunstancias de límite, por iniciativa propia o por la de otros, se aventura en territorios desconocidos con el objetivo de aprender, conocer, obtener información estratégica y vital que, en determinado momento, puede costarle la vida.

En los días que han pasado y en los que vendrán, asisto, como todos, al incomprensible e inédito espectáculo que la pandemia de Covid-19 ha exhibido delante de los ojos del Mundo. Confinados sus habitantes en la aparente seguridad de sus hogares y residencias, las ciudades se vacían y presentan imágenes cuasi apocalípticas en las que la vida parece haber desaparecido.

No es, sin embargo, un fenómeno uniforme. Existen sitios en los que la dinámica de la cotidianeidad impide que algunos grupos de personas permanezcan en sus casas. Al igual que en las épocas más antiguas, la falta de actividad atenta contra la naturaleza de los seres humanos: no habrá comida para subsistir si nadie sale a cazar o acude al supermercado. Es sólo que en aquellos tiempos las misiones de caza estaban formadas por varios individuos. Los suficientes para tener éxito o los mínimos a sacrificar para, llegado el momento, poder enviar a otro grupo en aras de la sobrevivencia. En los días que discurren basta un solo cazador..

A la luz de lo anterior, en el pasado o en el presente, la figura del Scout, el explorador, se agiganta. Es preferible perder a uno que a un grupo. Pero si es que ha de perderse sería deseable que nos entregase información de lo que está ocurriendo allá afuera.

Habituada a ser la especie que rige los destinos del planeta Tierra, el tercero en la secuencia de lo que conocemos como Sistema Solar, la raza humana hizo de la soberbia su mayor defecto y hoy, que enfrenta la mayor crisis que ha tenido lugar desde la Segunda Guerra Mundial, aún sigue sin caer en la cuenta de que la oportunidad de enseñorear al resto de las especies nunca fue, ni es, un privilegio, sino una responsabilidad.

Tal soberbia parecería sustentar la exclusividad de la especie humana sobre la figura del Scout. Y, sin embargo y contra todo argumento, no es así. El explorador, sea que pertenezca a un grupo y se conduzca obedeciendo a sus designios, o esté motivado por instintos de supervivencia, curiosidad o procreación, es un concepto afín a todos los seres que habitan la Tierra.

Muchas imágenes que promueven la esperanza han dado la vuelta al Mundo en este tiempo tan aciago: los bomberos de Madrid estacionando sus carros a las afueras de los hospitales y descendiendo de ellos para aplaudir la labor de los servicios sanitarios; los músicos y cantantes en los balcones de Milán, que interpretando para la grada, nunca mejor dicho, hacen sonar música para oponerse al silencio que con los modos de un dictador hoy se ha impuesto en el planeta; o los gritos de agradecimiento de un habitante de Buenos Aires al servicio de recolección de basura que, a la mitad de la madrugada, mientras la Ciudad de la Furia duerme, sigue realizando su trabajo.

No hay demérito en nada de eso. Pero, si lo entiendo bien, es la respuesta lógica de los seres humanos a una amenaza inédita que nos ha puesto de rodillas. Luego entonces, no me parece extraordinaria sino sólo consustancial.

Confinada algo más de la mitad de la población del Mundo, alrededor de 4,000 millones de personas según cálculos de The New York Times, los Scouts de otras especies se han aventurado en los territorios que los seres humanos imaginamos de nosotros, por nosotros y para nosotros. Las calles de asfalto y los edificios de hormigón, los rascacielos que concebimos para apuntalar nuestra soberbia, son hoy testigos mudos de la incursión de unos cuantos exploradores que, ante el silencio y la ausencia, han experimentado curiosidad y actuado en consecuencia.

Un canguro brinca y se mueve libremente por las calles vacías y graníticas de Adelaide, en Australia; desenfadada, una medusa nada por los canales de Venecia que en los últimos meses han sido purificados por la ausencia de los seres humanos. En la Ciudad de México, una garza joven de plumaje excelso, escapa de su confinamiento en el Museo de Antropología y se aventura en la cartografía del Paseo de la Reforma. No teme a los humanos porque acaso ha convivido con ellos, o bien porque no los conoce del todo.

Con ellos, o sin ellos, avanza tímida pero decididamente. Da un rodeo a la escultura de Tláloc, el dios de la lluvia en las mitologías tolteca y mexica, acaso el ícono más conocido de la cultura y la idiosincrasia de México, y prosigue su andar incierto y temerario por la avenida más hermosa de la Ciudad de México.

Soy un Scout, sin agenda ni consignas, y amparado por la temeridad que es afín a los insensatos, me encuentro con una garza que ha abandonado su hábitat y zona de confort para explorar un territorio que, de ser conquistado, bien podría garantizar el futuro de su especie.

Detengo mi bicicleta. Tomo una foto y luego 100 fotos. La garza continúa su camino con la insolencia del explorador que ha hallado un nuevo territorio que es susceptible de conquista.

Mientras los humanos se repliegan, los Scouts de otras especies incursionan en territorios desconocidos y hostiles, nuestros territorios, los mismos que alguna vez supusimos nadie nos arrebataría.

Mañana es mañana e ignoro si sobreviviremos. Pero la garza blanca que con los modos de un Scout avanza por las calles de la Ciudad de México, es una idea de la esperanza.

La única idea. La única.