Andrés Manuel López Obrador: vivir en la infamia

Por ANDRÉS TAPIA / Fotografía: GOBIERNO DE MÉXICO

Cuando la noche del 6 de enero de 2021 se reanudó la certificación de la elección presidencial en el Congreso de Estados Unidos, el senador Charles Ellis Schumer, líder del Partido Demócrata en el Senado de ese país, citó al presidente Franklin D. Roosevelt y dijo que esa fecha se incorporaría a la lista de días en la historia de Estados Unidos “que vivirán en la infamia”.

Schumer no exageró ni dramatizó: hasta ahora cinco personas han muerto por los disturbios que tuvieron lugar en el Capitolio de Washington D.C., los cuales fueron incitados por el aún inquilino de la Casa Blanca a través de los discursos y mensajes que propagó a través de los canales de comunicación convencionales y sus cuentas de redes sociales.

Donald Trump, el sujeto en cuestión, pidió al vicepresidente Mike Pence no certificar la elección del 46º presidente de Estados Unidos, Joe Biden; Pence se negó. En su cuenta de Twitter, Trump escribió que Pence no tuvo el coraje para “proteger nuestro país y la Constitución” y al hacerlo siguió instigando a sus hordas de rednecks, latinos disfuncionales y afroamericanos insólitos, a violar lo que a su muy retorcida y grotesca manera aseguraba defender: la Constitución de los Estados Unidos.

Cinco personas muertas. Cinco. Si la cifra se compara con la relativa a las que mueren diariamente en México por causa del crimen organizado, la delincuencia común, la violencia intrafamiliar y el machismo, por nombrar los fenómenos más evidentes, son muy pocas, en realidad nada. Es sólo que en Estados Unidos la máxima poética del cantautor José Alfredo Jiménez que asegura que en México “la vida no vale nada”, simplemente no aplica. 

Ayer, sólo por citar un ejemplo, en un funeral en la ciudad de Celaya, en el estado mexicano de Guanajuato, nueve personas fueron asesinadas por un grupo de la delincuencia organizada. Muy pocas para escandalizar a un país cuya cifra de homicidios diaria raya en la centena y cuyo presidente, un sujeto llamado Andrés Manuel López Obrador, ha asegurado en más de una ocasión que las masacres ya no existen en México.

Este individuo, que al igual que Donald Trump goza de una notable y al mismo tiempo insólita aceptación por parte de ciertos grupos sociales que ven en él lo mismo que la sociedad alemana miró en Adolf Hitler –una oportunidad de revancha, de justificación de la dignidad, primero, y un poco después de la soberbia que se originó ciertamente en la injusticia pero que en las taras de un megalómano se trastoca y se pervierte por sus afanes de venganza–, dijo ayer públicamente, en el espacio propagandístico que el mismo creó para manipular la cotidianidad del país que él asegura gobierna, que la decisión de inhabilitar las cuentas de las redes sociales de “alguien” (no lo dijo por su nombre pero se refería a Donald Trump) representa un acto de censura.

Ignorante y manipulador como es, Andrés Manuel López Obrador ignora o pretende no saber que las redes sociales, en tanto se trata de plataformas creadas por empresas privadas, cuentan con una serie de normas que le son presentadas a cada individuo que ingresa a ellas. La violación de las mismas implica llanamente la expulsión de quien las transgrede.

López Obrador, un milagro de la megalomanía sólo comparable en sus extravíos con Hitler, dijo ayer que se trata de un asunto de estado: que las compañías privadas no pueden decidir en torno a la permanencia de aquellos a los que acogen y aceptan sino que, al estilo de Louis XIV, es él, y sólo él, el que puede decidir al respecto.

FacebookInstagramTwitterYouTube, por mencionar a las más evidentes, son empresas estadounidenses creadas con capital de ese país. López Obrador, que en los tiempos actuales no fue capaz de criticar a Donald Trump, de dar la bienvenida a Joe Biden como nuevo presidente de los Estados Unidos, de situarse del lado de la decencia, hoy experimenta dos cosas: miedo, mucho miedo a Donald Trump, el tipo que lo humilló y humilló al país que preside con más pena que gloria, y un deseo insano de comportarse como los gobernantes de China y Corea de Norte en donde las redes sociales de Occidente están prohibidas.

Él, él, que llamó a las redes sociales benditas, hoy tiembla de miedo porque se vuelvan en su contra. Y es tan imbécil que no se da cuenta que patear en el hocico a un tigre implica la furia no de un gato, sino de un tigre.

Excepto el iluminado, el mesías del pantano, el tipo que miente todos los días asegurando que el virus SARS-CoV-2 que dio pie a la pandemia de la Covid-19 ya ha sido “domado” en México cuando la cifra de muertes en el país supera los 131,000 decesos y sigue avanzando, ningún otro líder mundial salió a defender a Donald Trump. Sólo él. Él.

Hoy hay dos noticias, una buena y una mala. La buena es que Donald Trump, el bully de Andrés Manuel López Obrador que lo obligó a hacer todo lo que quería, se rindió al fin. La mala es que el presidente de México cree firmemente que nació para cambiar la historia. 

Y en esa dinámica retorcida y absurda de las más primitivas emociones de un ser primitivo y básico, es posible –y terriblemente triste– aventurar que además de los cientos, los miles de días que han acontecido hasta ahora, vendrán otros más que pese a nosotros y por causa de él, de él, van a vivir en la infamia.