Por ANDRÉS TAPIA
Iniciaban los años 80 y las cosas no parecían ir bien. El 8 de diciembre del primer año de esa década, un eróstrata llamado Mark David Chapman asesinó a John Lennon en las afueras del Edificio Dakota, en el Upper West Side de la ciudad de Nueva York.
Yo tenía casi 13 años y mis padres estaban divorciándose. La muerte de John Lennon, consecuentemente, marcó el final de mi infancia y definió el inicio de mi adolescencia. Mi mundo –y el mundo– parecía irse al carajo.
Abatido por sus errores y por la separación de mi madre, mi padre se mudó de ciudad quizá para empezar de nuevo. Es por demás curioso –al menos para mí– que la canción que permeó los afanes del mundo ese invierno se llamase “(Just Like) Starting Over” (Como si empezáramos otra vez).
Un grupo de jóvenes se reúne en un parque al sur de la Ciudad de México; un presentador de televisión llamado Jacobo Zabludovsky envía sus cámaras hasta ese sitio. Los jóvenes interpretan al amparo de una guitarra la canción “Yesterday”. Ingenuos ignoran que esa melodía la escribió Paul McCartney, que Lennon no tuvo nada que ver en ella.
A final de cuentas tal yerro no es importante, el homenaje póstumo no sólo es al primer Beatle muerto, sino a una década muerta diez años atrás: los años 60.
Mi padre nació el año 1945, el 7 mayo, un día antes de que la Alemania nazi se rindiera y con ello diese fin a la Segunda Guerra Mundial en Europa.
Papá tenía 21 años cuando conoció a mi madre; era el año 1966. La vio por ahí, en el barrio, y con esos estúpidos 21 se enamoró. Como no tuviese mejor forma de acercarse a ella, averiguó que el día de su cumpleaños era el 16 de noviembre. Y se coló a la fiesta que ese año tuvo lugar en el número 1A de la calle Corona, en la Colonia Industrial, un vecindario situado al norte de la Ciudad de México.
Después de ese asalto amoroso no sé mucho más, excepto que un día mi padre obsequió a mi madre un disco de vinil de 45 revoluciones: en el lado A se leía “The Beatles: ‘Michelle’”.
Nací el 12 de febrero de 1968. Luego nació mi hermana Claudia, mi hermano Pablo, mi hermana Lourdes. Se fueron 12 años y entonces Mark David Chapman asesinó a John Lennon. El año 1980 mi padre se fue, mi vida se fue, y todo el mundo se fue al carajo.
Unos meses después de su partida, al número 1A de la calle Corona llegó una caja llena de regalos. No recuerdo cuáles fueron los de mis hermanos, pero sí recuerdo el mío: un Walkman azul, de la marca Sony, que me convirtió en un ser singular entre todos mis conocidos e incluso entre los desconocidos: un aparato que a partir de casettes reproducía música y a partir de tu soledad te convertía en el ser más extraordinario de la Tierra.
Aquel prodigio me convirtió en el ser más envidiado entre todos mis conocidos. Tenía a la música sólo para mí mientras el resto del mundo tendría que compartirla con alguien más a partir de sus tocadiscos. Era único, fui único, y en consecuencia no tendría que compartir la música con nadie.
Es sólo que algo fue mal.
Mi Walkman nunca funcionó.
Jamás, nunca, una canción se reprodujo ni se tocó en ese armatoste que en dimensiones hoy se asemeja al tamaño actual de un estuche de una película de Blu-Ray. Luego entonces, el legado de mi padre fue, accidentalmente, una historia sonora que, para comprenderla, tendría que ser escuchada en silencio.
Sean Lennon, el hijo de John Lennon y Cynthia Powell, se presentó una vez delante de Paul McCartney para contarle una tragedia: “Mis padres van a divorciarse, y no sé qué hacer”. A partir de tal circunstancia, McCartney concibió una canción: “Hey Jude”.
No concibo la vida sin música, eso fue lo que me enseñó mi padre. Y sé que él quiso decírmelo cuando me dijo adiós, cuando sin pretenderlo me dijo que no volvería: que me regalaba la música, pero que yo tendría que aprender a hacerla sonar.
Unos meses después llegó ese Walkman que nunca funcionó.
Han pasado 35 años; papá murió en el año 2002. Mi casa es una oda a los Beatles y siempre lo será.
Y hoy, que por razones que no puedo explicar y me hacen hacen sentir tan triste, sólo puedo recordar ese aparato absurdo, primitivo y ególatra que me hizo único por un momento.
Mi viejo Walkman que nunca funcionó.
Mi viejo Walkman que me hizo sentir alguna vez vivo.
Mi viejo Walkman que no olvidaré jamás….