La inNatural Selección de Internet (y de un asesino)

Por ANDRÉS TAPIA

El año 1999 los motores de búsqueda más populares de Internet eran Yahoo!, Netscape Navigator, Lycos, Geocities, WebCrawler, Altavista, AskJeeves y LookSmart. Google, que había sido fundada en septiembre de 1998, estaba muy lejos de convertirse en un emporio rayano en un monopolio, y MSN Search, que también ya existía, a pesar de tener un buen comienzo no logró consolidarse con el paso del tiempo. La oferta, empero, era diversa, amplia y ecléctica, y cada nuevo internauta podía elegir a la compañía de su preferencia.

Sin embargo, durante el segundo lustro de la década de 1990, cuando la Internet apenas empezaba a propagarse en el mundo y la navegación implicaba una infraestructura alámbrica vinculada a las líneas telefónicas, acceder a una página tomaba mucho tiempo y la comunicación estaba sujeta a interrupciones constantes. Tales vicisitudes afectaban mayormente a los receptores del mensaje, pero los emisores del mismo no estaban exentos de ellas: subir contenido a Internet era tan complejo como jugar una partida de ajedrez con Gary Kasparov.

Pese a ello, la Internet comenzó a nutrirse de las más variopintas temáticas, desde aquellas que debido a su origen encajaban a la medida con las expectativas del nuevo medio de comunicación, hasta los temas tabú que incluían pornografía, violencia gráfica, manifestaciones socioculturales cercanas a la excentricidad, así como opiniones personales que buscaban un canal para hacerse públicas.

Hablar de aquella época, de la que nos separan sólo dos décadas, equivale a experimentar una nostalgia que, sin exageración, parece remontarse más de 50 años en el tiempo. Es así porque la revolución tecnológica que supuso el advenimiento de la Internet, aceleró los afanes de la humanidad al punto de obligarla a perder la inocencia a una edad mucho más temprana.

Los bebés que eran Google, Amazon y Netflix en ese tiempo, la adolescente Apple que ya tramaba la creación del iPod, y los nonatos que habrían de llamarse Wikipedia, Facebook, YouTube, Twitter, Instagram y la amplia etcétera que viene a continuación, alterarían por completo en los años venideros los paradigmas comunicacionales, los hábitos de hombres y mujeres, y, a riesgo de sonar apocalíptico, el rumbo de la especie humana.

El pasado viernes 10 de enero, un niño llamado José Ángel que habría nacido en México entre los años 2008 y 2009, fue protagonista de un suceso atípico, que no inédito, en un colegio privado de la ciudad de Torreón, en el estado de Coahuila, el cual se sitúa en el norte del país.

La mañana de ese día, como todos los días, el chico acudió al Colegio Cervantes y luego de unos minutos en clase solicitó a su profesora permiso para ir al sanitario. Extrañamente, el niño llevó su mochila consigo. Luego de más de 15 minutos de ausencia, la docente decidió buscarlo. No mucho después José Ángel apareció en un pasillo del colegio, pero se había despojado del uniforme y, en su lugar, vestía pantalones de un color oscuro, tirantes y una camiseta blanca en la que, con letra temblorosa, se hallaba inscrita con tinta la leyenda “Natural Selection”. Además de lo anterior, el infante portaba dos armas, una en cada mano.

Otra profesora, una distinta a la que salió a buscarlo y que al parecer notó en él una actitud extraña, le salió al paso. Antes o después de eso –los testimonios no son exactos–, el chico disparó de manera indiscriminada, hirió a cinco niños, a un profesor que también estaba por ahí y asesinó a la profesora antes de pegarse un tiro a sí mismo. Los cuerpos de ambos, de manera azarosa y macabra, quedaron postrados en el piso en la misma posición: decúbito dorsal con la parte baja de las extremidades inferiores dobladas hacia atrás.

Está de más decir que el suceso conmocionó al país. Los medios de comunicación de inmediato empezaron a propagar la noticia a través de sus diferentes plataformas, las redes sociales se llenaron de azoro, indignación y, por supuesto, teorías-basura de la conspiración, y el gobierno local tampoco hizo menos: sin mediar una investigación, el gobernador de Coahuila acusó que el chico hizo lo que hizo inspirado en un videojuego llamado Natural Selection.

Luego surgieron, en la Internet, por supuesto, otras versiones que apuntaban ciertas similitudes entre los actos perpetrados por el chico y la llamada “Masacre de Columbine”, la cual tuvo lugar en una escuela secundaria situada en el condado de Jefferson, en Colorado, Estados Unidos, el 20 de abril de 1999. Tales versiones no estaban desprovistas de cierta veracidad, pero como suele ocurrir en el Mundo, y mayormente en México, sólo se quedaban en la superficie.

Eric Harris, uno de los dos asesinos de Columbine (el otro es Dylan Klebold), llevaba puesta una camiseta blanca con la misma leyenda que la que portaba José Ángel el pasado 10 de enero. No sólo eso: también vestía tirantes y un pantalón de color oscuro. Harris y Klebold asesinaron a 12 estudiantes y un profesor antes de matarse a sí mismos, en la que en su tiempo fue considerada la mayor masacre ocurrida en un centro escolar en los Estados Unidos.

En una página de Internet que utilizaba a modo diario, el año 1999, cuando aún la palabra blog parecía una excentricidad, Eric Harris escribió: “Natural Selection! …damn it’s the best thing that ever happened to Earth. Getting rid of all the stupid and weak organisms.” (¡Selección natural! ¡Maldita sea! Es la mejor cosa que le ha ocurrido a la Tierra jamás. Deshacerse de todos los organismos estúpidos y débiles). Por ese entonces Harris había leído los postulados de Charles Darwin, el naturalista británico creador de El origen de las especies, y se decantó por ellos. La leyenda inscrita en la camiseta que portaba la mañana que perpetró junto a Debold la masacre, hacía alusión a ello.

Los cómos y porqués detrás de las acciones de los dos de Columbine nunca quedaron del todo claros: por un lado se les llamó víctimas de bullying para justificarlos; por otro, se les acusó de eróstratas, de ser un par de donnadies que deseaban alcanzar fama a costa de lo que sea. Entre ambos extremos, hay una franja no sólo de grises, sino de todos los colores del mundo, en la que caben todas las razones posibles y ninguna, a final de cuentas, es satisfactoria.

Lo cierto e incontrovertible es que de acuerdo a los estudios realizados por Jillian Peterson y James Densley, la primera una psicóloga y profesora de criminología en la Hamline University, y el segundo un profesor de justicia criminal por la Metropolitan State University, ambos fundadores de The Violence Project, un amplio, certero y ambicioso estudio dedicado a la investigación de los asesinatos en masa, Harris y Klebold compartían al menos tres de las cuatro características que han identificado en los perpetradores de este tipo de crímenes.

La primera de ellas es que en tiempos cercanos al crimen perpetrado, sufrieron algún tipo de crisis o trauma. Por banal que pueda parecer, algo más de un año antes de los sucesos de Columbine, Harris y Klebold fueron arrestados por abrir una camioneta y robar algunos objetos de la misma. Su castigo fue libertad bajo palabra con la consigna de participar en un programa de servicio a la comunidad.

La segunda es que ambos habían estudiado los crímenes de otros asesinos en masa y actuaron en homenaje a ellos, o bien con la intención de superar sus acciones. Alusiones a otras matanzas en colegios en Estados Unidos, así como su evidente admiración por Adolf Hitler (perpetraron sus crímenes el día del cumpleaños del tirano), son evidencia absoluta de ello. La tercera es que todos los asesinos de este tipo consiguen hacerse de los elementos necesarios para llevar a cabo sus propósitos. A pesar de que eran menores de edad en el momento en que consiguieron las armas con las que perpetraron la masacre, a final de cuentas lograron hacerse con ellas.

La característica que acaso no comparten Harris y Klebold con el perfil creado por Peterson y Densley, y que sin embargo sí está presente en el caso del niño José Ángel, está relacionada con exposición a la violencia o a algún tipo de trauma en la infancia. Paradójicamente y en apariencia, los dos de Columbine nacieron y fueron criados en un hogar formado por padres amorosos.

Falta mucho por saber acerca del caso de José Ángel, el chico del Colegio Cervantes de Torreón, concediendo que las autoridades de México permitan saber algo, pero algunos signos inquietantes afloran y no admiten discusión.

José Ángel vivía con sus abuelos, su madre había muerto tiempo atrás, y al parecer su padre estaba o está encarcelado en una prisión de Estados Unidos por un delito relacionado con el narcotráfico. Pudo hacerse con las armas con las que llevó a cabo sus acciones porque pertenecían a su abuelo y estaban situadas en su casa. Pero no sólo eso: José Ángel consiguió un pantalón oscuro, unos tirantes (¿qué niño viste tirantes?) y una camiseta blanca en la cual escribió “Natural Selection”, es decir, todo aquello que necesitaba para llevar a cabo sus propósitos.

Dicho lo anterior es casi evidente que José Ángel había estudiado los hechos de Columbine –por sí mismo o por influencia de otros–, que sabía quiénes eran Eric Harris y Dylan Klebold, que conocía de sus crímenes y actuó inspirado o influenciado por ellos para hacer lo que hizo una mañana infausta del invierno del 2020 en Torreón, tan infausta como aquella de la primavera de 1999 en Jefferson.

¿Cómo lo hizo?

Eric Harris y Dylan Klebold tenían muy buenas notas en Columbine y sus profesores los calificaban de estudiantes notables. De lo poco que se sabe hasta ahora, es que José Ángel era un chico muy inteligente que también obtenía muy buenas notas en el Colegio Cervantes. Harris y Klebold hallaron en Internet y en la filmación de videos clandestinos la posibilidad de expresar sus macabras y retorcidas emociones. José Ángel halló en Internet, presumiblemente, una historia y una guía que acaso lo subyugaron, alienaron, influenciaron y determinaron su destino. No hay otra forma de explicar su suplantación de Eric Harris. Y si la hay, vive Dios que no queremos conocerla.

Es ocioso señalar siquiera la irresponsabilidad que atañe a los abuelos de José Ángel en la crianza de su nieto. Es ocioso hablar de los controles parentales que deben existir en las plataformas asociadas a Internet y que implican tanto a emisores como receptores. Pero, ¿es ocioso pensar –y decir– que la omnipresencia de Internet –esa que nos mantiene encadenados a las pantallas de un teléfono móvil, de una tablet, de una computadora, de una televisión– nos ha convertido en esclavos de emociones que no nos pertenecen?

En lugar de elegir patear un balón, imaginarse Lionel Messi y ganar el mundial de fútbol, un chico mexicano de 11 años de edad decidió perpetrar una masacre, matar a una profesora y asesinarse a sí mismo.

Algo en el Mundo anda muy mal. Y sospecho que se trata de Internet.