Alice

Por ANDRÉS TAPIA

Es la madrugada de un domingo de hace, quizá, cuatro años. Un grupo de periodistas, amigos algunos, colegas muchos, departen en un bar del barrio de La Condesa en la Ciudad de México. Cumplido el horario que por ley le ha sido asignado, el lugar cierra sus puertas, entrega la cuenta y pide al ruidoso grupo que abandone el sitio. Así lo hace.

Una vez afuera hay abrazos de despedida, besos, y el deseo de algunos cuantos de continuar la parranda en otro bar, en la casa de alguno, donde sea. Y mientras charlan y se dicen “hasta pronto”, una pelea entre motociclistas que en su mediocridad aspiran a comportarse como miembros de los Hells Angels tiene lugar a unos cuantos metros. Vuela un casco, una cadena se estrella en el torso de alguno de ellos, y proliferan maldiciones en mexicano: nunca egregias, siempre vulgares.

Una amiga, en realidad alguien que quisiera fuese mi amiga, alza la voz y grita algo, no recuerdo qué. Me acerco a ella, acaso la tomo por los hombros, y en voz baja, o alta, le digo que no lo haga, que no se entrometa, que es una pelea de borrachos y nosotros no tenemos nada qué ver.

Mis palabras no son un discurso político, mucho menos una verdad, aunque parezcan ambas cosas. Son tan sólo una manera de protegerla a ella, a las demás mujeres que están en el grupo, y por extensión a los hombres que formamos parte del mismo, de la escalada de un conflicto callejero de consecuencias imprevisibles.

Alice me hace caso, y al hacerlo veo que sus labios tiemblan. No los impulsa el temor, sino la impotencia. Periodista coherente, consecuente y decente, mujer íntegra y combativa, hay momentos en los que, me parece, es incapaz de censurar su idealismo y de comprender que hay ocasiones en las que es mejor emprender la retirada tan sólo para vivir un día más y seguir peleando.

Es sólo que en ese momento no conozco tanto a Alice como para poder imaginarla de esa manera. Si lo recuerdo bien muy pocas veces hemos charlado. Y las palabras dichas de una al otro, del otro a una, son insustanciales: apenas las cortesías de un encuentro informal entre dos personas que tienen intereses profesionales comunes. Ella sólo es una integrante más de un colectivo bohemio e ingenuo al que guía el deseo de cambiar a un país, tal vez al mundo. Y yo soy exactamente lo mismo, pero en su versión masculina.

Pese a todo, en mi memoria –no en mi imaginación–, retengo su imagen temeraria que grita a un par de idiotas que dejen de agredirse. Y es una imagen bellísima, casi una epifanía, pero también absurda en el contexto de un país que suele mutilar las alas de los soñadores apenas estos aprenden a volar.

El tiempo pasa y de cuando en cuando mantengo una relación epistolar con Alice a través de las plataformas de las redes sociales. Un día me cuenta que está viviendo en Washington D.C.; otro más más conversamos acerca de un documental en torno a la desaparición de 43 estudiantes en la ciudad de Iguala, en el estado de Guerrero, que trastoca por completo la narrativa de uno de los gobiernos más corruptos que han tenido lugar en México. Alice quiere escribir, contar historias, perfilar la verdad a través del oficio que eligió como profesión.

La vida es una mierda. Así, sin más, por más que existan personas que intenten convencer al mundo de que la vida es bella y bla, bla, bla… Mucho más ingenuas que aquellas que intentan salvarlo de su destrucción.

Alice, una periodista clásica, vanguardista e idealista como nadie, es la versión femenina de Alonso Quijano, Don Quijote, el hidalgo que enfrenta a gigantes que no pueden ser confundidos con molinos de viento, y sin embargo recibe la misma paliza que se merece un loco, o una loca, que pretende derrocar al establishment.

Ayer escribe Alice en su cuenta de Facebook, que el próximo fin de semana aparecerá una crónica suya en un diario de cobertura nacional en México. Que pidió que no fuera firmada con su nombre. Que no le pagarán un centavo porque es una periodista independiente. Que no tiene un trabajo remunerado estos días.

¡Dios! La admiro tanto, pero al mismo tiempo estoy muy molesto con ella.

¿Qué demonios te pasa, Alice? No quiero decirte que el periodismo se acabó, tal y como tú y yo lo conocíamos, pero ciertamente se acabó. ¿Por qué le regalas tu talento, tu coherencia, tu valentía, tu temeridad, a un grupo de hijos de puta que no se lo merecen? ¿Por qué, Alice, por qué?

Y si me atrevo a decirte esto no es desde el palco de la seguridad en el futuro, sino de la incertidumbre del mismo: una mujer y un hombre a los que yo –ingenuamente, mea culpa–, supuse amigos y a los que impulsé de manera estúpida, me traicionaron en aras de su supervivencia.

Uno estuvo de acuerdo en que se postergaran ad infinitum los pagos de los colaboradores en la revista Forbes México. La otra, una bruja que es la encarnación perfecta de la madrastra de Blancanieves, en pagar una mierda –tan mierda como ella– a los periodistas que colaboraban en Newsweek en Español. Y te digo sus nombres: Jonathan Torres y Adriana Amezcua.

Lo tuyo es otra cosa, Alice. Y aunque asumas que los independientes no cobran, te suplico, no vuelvas a escribir para ellos.

Nunca más.