Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: FERNANDO ACEVES
Look up here, man, I’m in danger
I’ve got nothing left to lose
I’m so high it makes my brain whirl
Dropped my cell phone down below
Ain’t that just like me?
Lazarus
Uno de los primeros días del mes de enero del año 2000, un teléfono sonó en la redacción del periódico Reforma de la Ciudad de México. Apenas escuchar el timbre, Carlos Meraz y yo nos sobresaltamos. Descolgué, encendí el altavoz, dije “Hello!” y, acto seguido, una voz de inconfundible acento londinense y coloratura de barítono, exclamó: “Soy David Bowie, chicos. ¿Cómo están?”.
Pasaba del mediodía, Bowie recién había cumplido 53 años y en ese momento promocionaba el que era su vigésimo primer álbum de estudio, Hours. En la portada del mismo, un David Bowie serenamente afligido que a un mismo tiempo parecía un ángel o un ser venido del espacio, sostenía postrado de hinojos a un David Bowie terrenal, con barba de candado, que daba la impresión de haber muerto o, cuando menos, estar agonizante. De fondo, un pasillo blanco con sombras azules culminaba en una puerta llena de luz que apenas era visible pues la silueta del primer Bowie la cubría casi por completo.
¿Quería decir algo Bowie? ¿Había detrás de esa imagen un mensaje críptico o subliminal? Le preguntamos por ello, por la muerte. Bowie dijo: “Aún no estoy listo para morir…”, y acompañó su declaración con una carcajada franca y a un mismo tiempo teatral. Luego agregó: “Eso es lo que diría mi epitafio”. “Pero, ¿has pensado en el final?”, insistimos. Sin drama, respondió: “Me sorprende cada mañana que abro los ojos, me sorprende que esa persona se levante por las mañanas y que este ser sea David Bowie”.
Hours apenas fue ensayo. Una idea inacabada, pesimista e incierta en torno a la vejez y la muerte. Faltaban ocho meses para el nacimiento de su hija Alexandria Zahra Jones, 18 para el 11 de septiembre de 2001, cuatro años y medio para el infarto que lo alejaría de los escenarios, 16 para su muerte. David Bowie, por supuesto, no estaba listo para morir, pero en su mente –en su siempre inquieta y febril mente–, había mirado un reloj y, acaso sin proponérselo, comenzó a contar las horas hacia atrás.
En ese tiempo el futuro –ese terreno en el que Bowie siempre se movió de manera asombrosa y que parecía ser su hábitat natural– se había aproximado de manera vertiginosa a partir de la incipiente y cada vez más dominante presencia de Internet. Por eso, Meraz y yo nos desconcertamos cuando dijo: “El futuro es algo que nadie conoce ni conocerá, es un lugar oscuro y extraño. Quizá sí puede existir un concepto futurista en mi trabajo, pero, de hecho, en cualquier lenguaje o idioma contemporáneo las ideas tienden a realizarse en el futuro, aunque éste no sea inmediato”.
Como siempre, Bowie tenía razón, pero en ese momento ignoraba que tales ideas estaban a punto de cristalizarse. La Wikipedia de Jimmy Wales surgiría en enero de 2001; el iPod de Steve Jobs aparecería en el mercado el otoño de ese mismo año, mientras que la red social Facebook de Mark Zuckerberg sería fundada en febrero de 2004. En medio de todo eso tendrían lugar la debacle de las Punto.com y dos discos más del Delgado Duque Blanco: Heathen (2002) y Reality (2003). Y también un evento que desencadenaría el futuro del futuro.
El verano de 2004, en el Hurricane Festival del poblado de Scheeßel, en Alemania, mientras Bowie realizaba su actuación sintió un dolor agudo en el pecho. Fue trasladado a la ciudad de Hamburgo y ahí se le realizó una angioplastia. Las 14 fechas que restaban del Reality Tour fueron suspendidas. Y también las de cualesquier otra gira que pudiera efectuarse en el futuro.
David Bowie sólo aparecería tres veces más en un escenario: el 8 de septiembre de 2005, en el marco del evento Fashion Rocks, junto a la banda canadiense Arcade Fire, en el Radio City Music Hall de Nueva York; en el concierto que David Gilmour ofreció en el Royal Albert Hall de Londres el 29 de mayo de 2006, y con Alicia Keys en el concierto a beneficio Keep A Child Alive que tuvo lugar en el Hammerstein Ballroom de Nueva York el 9 de noviembre de 2006. Keys y Bowie interpretaron esa ocasión “Changes”, cuyo primer verso de su estribillo dice: “Changes, turn and face the strange changes…”
Con la discreción de un dandy que sabe que se ha pasado de copas, David Bowie se retiró de una fiesta de la que siempre fue protagonista para enfrentar “esos cambios extraños”. Y se convirtió en un fantasma al que con un poco de suerte podía vérsele por las mañanas, en algún lugar del SoHo neoyorquino, mientras llevaba a su hija Alexandria al colegio.
Al igual que el Major Tom, el astronauta ficticio de su canción “Space Oddity”, Bowie parecía haber roto comunicaciones con el Control de Tierra y lo único que se escuchaba del otro lado de la línea era un silencio absoluto e inquietante.
Sin embargo, cuando parecía que el futuro se había cancelado, con el sigilo de un ladrón, el 8 de enero de 2013, en punto de las 00:00 horas, Bowie sorprendió al mundo con la puesta a la venta en iTunes Store de The Next Day, su vigésimo cuarto álbum de estudio y el primero que grababa en más de una década. ¡El Major Tom estaba vivo!
El álbum fue recibido con sorpresa y elogios. Bowie estaba de regreso y eso era motivo suficiente para celebrar. Tanto que el astronauta canadiense Chris Hadfield, integrante de la Expedición 35 a la Estación Espacial Internacional y quien en ese momento se encontraba en órbita, antes de volver a la Tierra decidió grabar el primer videoclip que se ha filmado en el espacio y para ello eligió “Space Oddity”.
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En la adaptación de la letra que Hadfield hizo de la pieza, y en la que no sólo detalla su propia experiencia, el Major Tom vuelve a la Tierra. Al menos así nos los hizo creer por espacio de tres años.
El 8 de enero pasado, en ocasión de su cumpleaños número 69, se hizo pública la aparición del álbum Blackstar, el último disco –nunca mejor dicho– de David Bowie. Pero algo andaba mal. El disco y su salida al público habían sido anunciados con anterioridad, el video de “Blackstar” mostraba imágenes inquietantes y surreales, amén de exhibir el cadáver del Major Tom y a un Bowie demacrado. Como si no bastara, la portada del disco, por primera vez desde que Bowie inició su carrera, no incluía una fotografía de él, sino la imagen de una estrella negra.
¿Quería decir algo Bowie? ¿Había detrás de todo ello un mensaje críptico o subliminal? No había manera de averiguarlo. Sin embargo, la aparición del video de “Lazarus”, el segundo sencillo, fue mucho más inquietante: Bowie aparecía postrado en una cama, mucho más demacrado que en “Blackstar”, y las líricas de la canción eran tan explícitas como las de un testamento, sin dejar de lado la alusión bíblica (“Lázaro, ¡levántate y anda!”):
Look up here, I’m in heaven I’ve got scars that can’t be seen
I’ve got drama, can’t be stolen
Everybody knows me now
Seguidor de Bowie, como muchos amigos, colegas y gente de mi generación, lo escuché, lo adoré, lo veneré, lo idolatré. Y en esa frontera en la que rayan la admiración y el fanatismo, me detuve y avancé, retrocedí y acometí de nuevo, y aprendí a conocerlo, en la medida de posible, como artista y como persona.
Hace unas semanas, tras la aparición del video de “Blackstar”, escribí de él en este mismo espacio. En un texto que titulé La profecía de David Bowie (Ground Control to Major Tom) [https://asuntospendientesantesdemorir.com/2015/11/25/la-profecia-de-david-bowie-ground-control-to-major-tom/], dejé entrever mi preocupación por la aparición del cadáver de un astronauta al principio del video.
La tarde del pasado sábado 9 de enero, cogí mi bicicleta y me dirigí a una tienda de discos. Mi intención era comprar Blackstar. Hurgué en la mesa de novedades, en la sección de discos de vinil, en toda la tienda, pero no encontré nada. Para convencerme, pregunté a un vendedor: “¿Aún no tienes el disco de David Bowie?”. Su respuesta fue lacónica: “Aún no”.
Hace 16 años, ante la visión de un disco que parecía sugerir la muerte de David Bowie, Carlos Meraz y yo le preguntamos por el futuro. Bowie nos evadió en un principio, pero luego decidió respondernos: “El futuro es algo que nadie conoce ni conocerá, es un lugar oscuro y extraño”.
Hace 18 meses David Bowie fue diagnosticado con cáncer de hígado. Que era un cáncer terminal lo prueba el hecho de que decidió entregar un último mensaje al Mundo. Y en ese mensaje, a contracorriente de sí mismo, dejó al fin de ser críptico y subliminal en tanto –por algún insondable designio– le había sido dado conocer el futuro, ese lugar “extraño y oscuro”.
Pero no tanto, nunca tanto, como lo es ahora este Mundo desde el cual, a pesar de todo, las estrellas lucen tan distintas hoy.