Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: EVENING STANDARD

Hace algunos años, el etólogo, zoólogo y pintor surrealista británico Desmond Morris, uno de los últimos de esta corriente artística que permanecen vivos, durante una conversación telefónica, a pregunta expresa en relación a la supervivencia de la raza humana, me respondió que estaba seguro que sobreviviríamos como especie –si bien en detrimento de otras–, pero que sospechaba que enfrentaríamos severas pérdidas y que éstas estarían relacionadas con el surgimiento de enfermedades que tomarían por sorpresa a los científicos.

Por ANDRÉS TAPIA

Ocurrió en los días postreros de la primavera de 2009.

Con los modos de una guerrilla, feliz e improbablemente, el verano había tomado Londres por asalto y yo había perdido mi vuelo a México. Entonces British Airways sufría una aguda crisis financiera y sus siete vuelos directos a la Ciudad de México se habían reducido a tan sólo tres por semana: martes, jueves y sábado. Era el 2 de junio, martes, y en consecuencia mi regreso a casa se había postergado 48 horas. No lo lamenté.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: LU ALEKS

Recuerdo que tenía alrededor de 20 años, que debía tomar un autobús para ir a no sé dónde y que ese día vestía de azul. Caminaba con prisa hacia una cita que no puedo recordar cuando, repentinamente, a unos 10 metros de distancia, miré a una niña de 14 o 15 años asida a la mano de su madre. Su cabello –si recuerdo bien–, de color castaño claro, descendía un poco más allá de sus hombros y sus ojos, aun más claros que su cabello, me parecieron dos piedras de ámbar talladas con el afán de la esclavitud. Mientras me aproximaba a ella, a ellas, y ella, ellas, se aproximaban a mí, me escuché decir que su rostro parecía hecho por la pluma de Borges: finito, geométrico, fantástico, así…

Por ANDRÉS TAPIA // Foto: GETTY IMAGES

El año 2007 fue el último del calendario gregoriano en que el homo sapiens se mantuvo erguido. A contracorriente de la tecnología, que ese año alcanzó uno de los puntos climáticos en la era de Internet, los seres humanos comenzamos a perder la capacidad de contemplar al mundo desde nuestra propia óptica.

Ha pasado tan sólo una década, pero la sensación que se percibe es que se trata de un siglo. Ese año Bulgaria y Rumania ingresaron a la Unión Europea, Eslovenia pasó a formar parte de la llamada Zona Euro, un impoluto Luiz Inácio Lula da Silva tomó posesión de la presidencia de Brasil, mientras que Hugo Chávez dio comienzo a su tercer periodo al frente del gobierno de Venezuela.

El de aquel año era un mundo diametralmente distinto al que conocemos hoy: ingenuo, improbable, absurdo y hasta feliz. Entonces Corea del Norte anunció su intención de poner punto final a su programa nuclear a cambio de combustible y financiamiento económico; la carrera de Britney Spears, agotada de escándalo en escándalo, parecía estar acabada cuando decidió raparse; la selección de fútbol de los Estados Unidos se alzó victoriosa con la Copa Oro y, después de diez años de ausencia, el grupo argentino Soda Stereo anunció su regreso a los escenarios con la gira “Me verás volver”.

Por ANDRÉS TAPIA

El año de 1971 David Bowie tuvo un sueño. En él, Haywood Stenton Jones, su padre, quien había fallecido en 1969 y que trabajó la mayor parte de su vida como director de relaciones públicas de Barnardo’s Children Homes –una asociación civil británica dedicada a atender niños y adolescentes en situación de abandono o vulnerabilidad–, le dijo que le restaban cinco años de vida y que no debería volver a viajar en avión.

Bowie desestimó el consejo onírico de su padre. Y no.

Por ANDRÉS TAPIA

El 5 de noviembre del año 2006, la BBC transmitió en el Reino Unido el que fue el capítulo número 6 de Planet Earth, una serie documental narrada por Sir David Attenborough y cuya realización tomó cinco años. Se tituló “Ice Worlds” y su temática versaba en torno a la vida animal en el Ártico y la Antártida.

Una de sus secuencias –acaso una de las más extraordinarias que se hayan filmado jamás debido a las implicaciones técnicas que supuso su grabación y al dramatismo intrínseco de la misma– exhibe a un oso polar macho que, obligado por el deshielo, abandona la placa continental y nada una distancia aproximada a 100 kilómetros con tal de encontrar comida.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: COMIC BOOK RESOURCES

Existe un libro llamado Whoever Fight Monsters. My Twenty Years Tracking Serial Killers for the FBI. La mitad del título está inspirado en un aforismo de Friedrich Nietzsche extraído de Así hablaba Zaratustra: “Quien combate con monstruos debería evitar convertirse en uno en el proceso. Cuando miras fijamente el abismo, él también mira dentro de ti”. El autor del libro (en coautoría con Tom Shachtman) es Robert K. Ressler, un ex agente del FBI que trabajó cerca de 20 años en el buró analizando escenas de crímenes, elaborando perfiles psicológicos de asesinos seriales y, en menor medida, negociando la liberación de rehenes. A él se le atribuye haber acuñado la expresión “asesino serial”.

Por ANDRÉS TAPIA

Me detuve fuera del Palacio de Westminster, justo en la entrada del estacionamiento utilizado por los Lords y los Commons. Un policía –alto, delgado, portador de un bigote discreto– hacía guardia mientras mantenía una pose que me pareció típica y naturalmente británica: sus manos estaban entrelazadas detrás de su espalda; su mirada escudriñaba el horizonte.

Era mi primera vez en Londres, en Gran Bretaña, y excepto algunos lugares comunes no tenía idea de nada. Le pregunté:

–¿Qué tan lejos está Abbey Road de aquí?

–Muy lejos, amigo –respondió.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: FERNANDO ACEVES

Look up here, man, I’m in danger

I’ve got nothing left to lose

I’m so high it makes my brain whirl

Dropped my cell phone down below

Ain’t that just like me?

Lazarus

Uno de los primeros días del mes de enero del año 2000, un teléfono sonó en la redacción del periódico Reforma de la Ciudad de México. Apenas escuchar el timbre, Carlos Meraz y yo nos sobresaltamos. Descolgué, encendí el altavoz, dije “Hello!” y, acto seguido, una voz de inconfundible acento londinense y coloratura de barítono, exclamó: “Soy David Bowie, chicos. ¿Cómo están?”.

Por ANDRÉS TAPIA

Mi nombre es Sandrine, por si te interesa, aunque casi estoy segura que no. ¿Me dirías tú tu nombre y me darías un minuto para tratar de entenderte? Quizá sean dos. O tres. Y acaso es posible que logre convencerte de que sean cinco o tal vez más. En todo caso, sea cual sea el tiempo que me concedas, debes saber que sólo lo utilizaré para intentar comprender porqué he tenido yo que coincidir hoy, aquí, contigo.

Por ANDRÉS TAPIA

La corrupción puede ser un acto legal si se parte del principio esencial del capitalismo: la existencia (y la lucha) de las clases sociales. Pienso en esto mientras pago 31.50 libras (800 pesos mexicanos) para hacer una fila de apenas cinco minutos en comparación con los 60 (o más) que tendrán que esperar aquellas personas que sólo pagaron 19.35 (492 pesos) por hacer el periplo del London Eye, la gigantesca noria con la que la ciudad de Londres y el Reino Unido dieron la bienvenida al último milenio en marzo del año 2000.

Por ANDRÉS TAPIA

A Jacobo Salleh, el único amigo con el que sería feliz en una juguetería

Hace algunos años me robé un libro de la Biblioteca Benjamín Franklin de la Ciudad de México, un libro que nunca devolví. Se trata de una edición de 1980 de El arpa de hierba, de Truman Capote, publicada por la editorial Arcos Vergara y que aún hoy –con las pastas casi desprendidas, las hojas amarillentas como la hepatitis más cruel y todavía el sello, el chip metálico y la ficha bibliográfica– me acompaña.

Por ANDRÉS TAPIA

Para Aníbal, él sabe porqué

Más de una vez me he planteado, en el más absoluto de los silencios, qué es lo que restaría de la humanidad –y cómo sería recordada– si, por ejemplo, el día de mañana un meteorito como el que extinguió a los dinosaurios cayera sobre la Tierra y acabase con toda la vida en el planeta.

Como no habría ningún ser vivo para atestiguarlo –y ofrezco disculpas por las visiones apocalíticas de mi imaginación–, me da por pensar que en algún momento una raza de alienígenas llegaría a la Tierra, no para conquistarla, sino tan sólo para averiguar quienes vivían en ella, cómo vivían, qué pensaban, qué querían.

Por ANDRÉS TAPIA

Una madrugada de otoño del año 2003, un alemán llamado Phillip Kuebart halló en un asiento de la línea 1 del U-Bahn de Berlín, un cuaderno de notas Moleskine de tapas afelpadas color gris. Pertenecía a un extranjero que la noche anterior se había emborrachado en un bar español del barrio de Neuköln y que, semiadormilado, dejó caer de una gabardina Hugo Boss de color caqui que había comprado casi tres años antes en París.

Por ANDRÉS TAPIA

Una leyenda contenida en el primer libro de crónicas en latín (de los dos que existen) titulado Flores Historiarum (Roger of Wendover, Siglo XVIII), refiere la historia de una mujer llamada Godgifu que, compadeciéndose de las penurias que padecían los habitantes de la ciudad de Coventry, en Warwickshire, debido a los elevados impuestos que les cobraba su marido, Leofric, conde de Mercia, le pidió a éste los redujese sustancialmente.

Por ANDRÉS TAPIA

“One day men look back and say that I gave birth to the 20th Century”.

Sir William Gull / Jack the Ripper (en la novela gráfica From Hell de Alan Moore)

Una noche de mayo del año 2009, me perdí con una amiga en las calles del barrio londinense de Whitechapel. Paty Islas y yo –y cerca de 30 personas más que se reunieron en la salida número 4 de la estación del subterráneo Aldgate East–, caminamos por espacio de dos horas por calles y callejones sucios y carentes de todo atractivo o glamour. Su atractivo, empero, era justamente ese. En esas calles ordinarias y simples, 121 años atrás un hombre que hoy es conocido como Jack the Ripper, asesinó, según la historia oficial, a cinco mujeres –aunque es probable que hayan sido siete.

Por ANDRÉS TAPIA

Una tarde de primavera de hace cinco años, mientras vacacionaba en Londres, me dirigí a Covent Garden con la intención de tomar fotografías de los edificios circundantes. La cámara que llevaba conmigo contaba con un visor especial que podía plegarse horizontalmente, haciendo posible de ese modo tomar fotografías sin colocarse el visor a la altura de los ojos. Este dispositivo permite a su portador, llegado el caso, tomar fotografías sin que un objetivo se percate de ello.

Por ANDRÉS TAPIA

Cuando la gente viaja suele llevar consigo sus obsesiones y sus costumbres.

Un amigo mío que vive en Berlín, cada vez que visita la Ciudad de México suele llenar su maleta de frascos de chiles y salsas picantes. Al día de hoy, no ha tenido un problema significativo en las aduanas alemanas.

Otro amigo, que consume marihuana y que suele viajar frecuentemente, suele ocultar la hierba en las tapas de desodorantes y lociones. El agudo y entrenado olfato de los perros policías, nacionales o extranjeros, ha resultado incapaz para descubrir su trampa.

Por ANDRÉS TAPIA

Te contaré la historia, pero debo advertirte que no será sencillo digerirla.

Es una historia de todos los días, aunque no de todos los tiempos. Ocurre desde hace algunos años aunque cada vez con mayor frecuencia.

En un lugar del espacio-tiempo llamado México, la gente desaparece y no se vuelve a saber jamás de ella. Salen de casa rumbo al trabajo –sea cual sea su trabajo: poeta, bombero, vendedor de pan, periodista…–, al parque, a un bar. Y con los modos fascinantes de la magia se esfuman.