Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: FELIPE LUNA

Tenía la mirada triste, siempre la tuvo triste. Y sus gafas no ayudaban: cristales gruesos con muchas dioptrías que precisaba para ver al Mundo tal como era. Paradójicamente empequeñecían sus ojos –per se diminutos– y lo convertían en un forastero, casi un alienígena, un ser procedente de otro planeta cuya misión en la Tierra era la de ayudar a los humanos a comprender las incomprensibles razones que existen detrás de la maldad.

Quizá por ello sonreía poco, o no tanto como lo prometía su extraordinario sentido del humor. Pero eso no estaba mal, acaso tampoco bien: bibliotecario de su propia mente, Sergio González Rodríguez archivaba continuamente en su memoria libros, películas, cómics, ideas inacabadas, pensamientos sublimes, ensayos fallidos del amor, series de televisión, promesas absurdas y mentiras infames, tan sólo para caer en la cuenta de que el caos que con tiento y paciencia había disipado y ordenado, se había trastocado en una nueva pregunta. Y, consecuentemente, en un caos mayor.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: SHUTTERSTOCK

Desde su primer instante en la Tierra, el ser humano siempre quiso ver más allá. Siendo primate, descendió de los árboles para caminar en dos extremidades y erguirse, pero cuando dominó esta práctica subió de nuevo a los árboles para contemplar con mayor amplitud el horizonte. Ambicioso, temeroso y revolucionario, no le bastó la copa de un árbol y un día construyó una torre desde la que podría contemplar la llegada de los invasores y defenderse de sus ataques. Y acaso, en algún momento, las estrellas.

Esas torres primitivas de madera un día devinieron en piedra. Y en cada nuevo siglo se volvieron más fuertes y más altas. Era previsible: su concepción tenía a todas luces una función militar, pero llegado el momento también adquirió un significado religioso.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: EUROPEAN SOUTHERN OBSERVATORY

Habituados a mirar las cosas de la Tierra, la mayoría de los seres humanos hemos visto aniquilada nuestra capacidad de asombro y la curiosidad que en tiempos antiguos permitió y posibilitó la navegación, así como el descubrimiento de la esfericidad de la Tierra, su íntima relación con la Luna, y sus movimientos en torno a sí misma y al Sol que, dicho sea de paso, suponen unidades de tiempo.

Basta con un simple vistazo en una noche clara para contemplar la presencia de Venus en el cielo, la más brillante de las estrellas que se observan en el firmamento, si bien por tratarse de un planeta no emite destello alguno: su luz, el reflejo del sol sobre su superficie, es plana y constante. Lo mismo ocurre con Júpiter, el planeta más grande del sistema solar, y en menor medida con Mercurio, Marte y Saturno.

Por ANDRÉS TAPIA

Los muertos están vivos.

Esa es la leyenda, el súper (en términos cinematográficos) que aparece al inicio de la película Spectre (Sam Mendes, 2015) protagonizada por el actor británico Daniel Craig.

La secuencia inicial, de poco más 12 minutos de duración, fue filmada en el Centro Histórico de la Ciudad de México y exhibe un desfile multicolor –que hasta el momento en que se filmó la cinta era inexistente– basado en las tradiciones mexicanas en torno al Día de los Muertos.

La narrativa visual, su coreografía, el diseño de arte y el vestuario, la incorporación de una persecución y una pelea en un helicóptero que despega y sobrevuela la Plaza de la Constitución, son espectaculares. El plano secuencia –hollywoodense, sin duda, pero no por ello intrascendental– se implanta en la memoria como si fuese la visión cercana de un cometa. En el inconsciente –o consciente– colectivo de México, supone un hierro al rojo vivo que marca la piel de un condenado a muerte.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: AP

Un ex gobernador del estado mexicano de Monterrey, hoy caído en desgracia (su nombre es Rodrigo Medina), durante una comida que sostuve con él alguna vez, jactándose de su cercanía con Enrique Peña Nieto, dejó entrever que éste, tras ser elegido presidente de México, le habría dicho que más allá de las bondades de la amistad, en adelante la relación entre ambos tendría que ser formal y apegada a los protocolos de la política, el respeto y (esto no lo dijo) la disciplina tiránica y sempiterna del Partido Revolucionario Institucional. Es decir: “señor presidente” y “señor gobernador”.

Por ANDRÉS TAPIA

I have this fear of clowns, so I think that if I surround myself with them, it will ward off all evil.

Johnny Depp

 

Al final de la única novela que ha publicado, William Pescador, el crítico literario mexicano Christopher Domínguez Michael, describe a una hermosa nariz roja de payaso como “la madre de las máscaras”.

Esa nariz roja, esa máscara, en la historia representa una herencia y a la vez una compleja moraleja del Mundo, toda vez que ha sido acompañada de una serie de piezas de un juego de ajedrez (inconexas entre sí a partir de sus formas) que recibe de su abuelo un chico de 11 años cuyo universo –un espacio de cuatro paredes y en ocasiones unas cuantas calles a la redonda llamado Omorca– acaba de colapsar. Pero ese universo, a pesar de todo y precisamente por ello –y por esa máscara– es un sitio feliz.

Por ANDRÉS TAPIA

Llueve afuera. Es 28 de septiembre y pasan de las 15:00 horas, la hora tardía y acostumbrada del almuerzo en la Ciudad de México. La mesa contigua a la que yo me encuentro es un escenario inusual y feliz. Un hombre de entre 30 y 40 años, que porta un traje gris y una corbata roja de buena calidad, come con sus cuatro hijos: dos hembras y dos varones. Todos los chicos son rubios.

El más pequeño de ellos no debe de tener más de tres años. Su padre está a la izquierda y enfría a soplidos la sopa que, cucharada a cucharada, deposita en la boca del niño. Bajo la mesa hay tres mochilas infantiles, coloridas, y cada una de ellas porta el nombre de su propietario. Los chicos mayores, el varón y las dos hembras, no hacen aspavientos mientras una camarera deposita delante suyo tres cajas de cartón con la silueta de los ojos de un búho impresa en sus costados y un menú infantil compuesto de hamburguesas y papas fritas. Delante del hombre, un plato de paella se enfría.

Por ANDRÉS TAPIA

En la década de 1970 mi padre gustaba de asistir a una taquería situada en un mercado en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Los tacos que ahí cocinaban exhibían, al menos para mí, cierta peculiaridad: a diferencia de los que preparaba mi madre, carecían de crema y queso y sólo estaban cubiertos de salsa picante, verde o roja, a gusto del comensal.

A despecho de mi padre, a mí no me gustaba la salsa picante. Supongo que por ello, la única ocasión que recuerdo haberlo acompañado a esa taquería, yo no comí. Y no me hacía falta: papá me había llevado previamente a un sitio que aún existe y aún frecuento en el que la especialidad son las tortas (bocadillos) de pavo.

Por ANDRÉS TAPIA

En el episodio nueve de la temporada número uno de la serie de televisión Better Call Saul, Mike Ehrmantraut (Jonathan Banks), un ex policía que trabaja como dependiente en un estacionamiento, y Daniel “Pryce” Wormald (Mark Proksch), vendedor especializado de una compañía farmacéutica que roba lotes de pastillas y los vende a un narcotraficante, sostienen el siguiente diálogo.

Mike: La lección es: Si vas a ser un criminal, haz la tarea.

Pryce: Espera, no soy un tipo malo.

Mike: No dije que fueras malo. Dije que eres un criminal.

Pryce: ¿Cuál es la diferencia?

Por ANDRÉS TAPIA

Gustavo me contó la historia en un café unos años antes de que llegase el fin de siglo. Acaso era 1997, 1998… no lo recuerdo con precisión. Bajo el influjo de dos rondas de un brebaje –hoy mítico y casi imposible de conseguir– llamado Ice Cream Soda de Fresa, intentábamos descifrar nuestro presente a partir de los eventos del pasado. Sé bien que puesto así luce tan naïve que acaso nadie prestará atención a este relato, pero cuando eres joven el azúcar y la inocencia pueden embriagar y soltarte la lengua mucho más que tres litros de cerveza.

Él estudiaba la escuela secundaria y en el primero o segundo curso conoció a una niña llamada Aída. Gustavo tenía 12, 13 años, una edad febril y fértil para las fantasías, pero improbable para el amor. Empeñado, como cualquier soñador que se precie de serlo, de ir a contracorriente, mi amigo –hijo de un madre soltera que también era madre soltera de su medio hermano– se enamoró.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: COMIC BOOK RESOURCES

Existe un libro llamado Whoever Fight Monsters. My Twenty Years Tracking Serial Killers for the FBI. La mitad del título está inspirado en un aforismo de Friedrich Nietzsche extraído de Así hablaba Zaratustra: “Quien combate con monstruos debería evitar convertirse en uno en el proceso. Cuando miras fijamente el abismo, él también mira dentro de ti”. El autor del libro (en coautoría con Tom Shachtman) es Robert K. Ressler, un ex agente del FBI que trabajó cerca de 20 años en el buró analizando escenas de crímenes, elaborando perfiles psicológicos de asesinos seriales y, en menor medida, negociando la liberación de rehenes. A él se le atribuye haber acuñado la expresión “asesino serial”.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: 123RF

Tenía quizá 12 años y corría junto a un grupo de amigos alrededor de un parque. Por alguna razón ociosa e inútil que no recuerdo, habíamos decidido hacer ejercicio todas las mañanas. Esa mañana fue singular.

El parque María del Carmen, situado en la zona norte de la Ciudad de México, es un espacio cuadrangular. Mientras me ejercitaba con mis amigos, en el costado oeste del mismo, esa mañana esquivamos –una o dos vueltas– la puerta abierta de un automóvil lujoso que hacía de obstáculo en nuestra carrera.

A la tercera, cuarta, quinta vez, alguien se preguntó por qué esa puerta estaba abierta y obstaculizaba el camino. Al hacerlo y mirar dentro del auto, descubrimos la razón.

Por ANDRÉS TAPIA

Me detuve fuera del Palacio de Westminster, justo en la entrada del estacionamiento utilizado por los Lords y los Commons. Un policía –alto, delgado, portador de un bigote discreto– hacía guardia mientras mantenía una pose que me pareció típica y naturalmente británica: sus manos estaban entrelazadas detrás de su espalda; su mirada escudriñaba el horizonte.

Era mi primera vez en Londres, en Gran Bretaña, y excepto algunos lugares comunes no tenía idea de nada. Le pregunté:

–¿Qué tan lejos está Abbey Road de aquí?

–Muy lejos, amigo –respondió.

Por ANDRÉS TAPIA

¿Qué fue lo qué pensaste ayer? Ah, sí, la historia del arquero que vive en la Luna. Estabas entusiasmado por causa de ese estadounidense llamado Ben Blaque que se presentó hace unos días en Britain’s Got Talent. Fue eso, sí, y tu fascinación enfermiza y desmedida por las armas medievales. En tiempos en que un fusil de asalto AK-47 tiene una cadencia de disparo y mortandad de 600 balas por minuto, disparar 12 flechas en el mismo lapso es un acto paradigmático de romanticismo.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: AP

Todavía estoy esperando que todos ustedes respondan a mi invitación para conectarnos en LinkedIn. Pero sé que tienen trabajo que hacer… y eso es lo que nos tiene aquí esta noche.

Estoy consciente de que hubo tiempos en los que tuvimos diferencias, lo cual es inherente a nuestros roles institucionales –y eso es verdad para cada presidente y los corresponsales y periodistas que lo acompañan–; sin embargo, siempre hemos compartido la misma meta: enraizar nuestro discurso público en la verdad, abrir las puertas de la democracia y tratar, con todo lo que esté a nuestro alcance, de hacer de nuestro país y de nuestro mundo lugares más seguros y más justos. Y debo decir que siempre he admirado el papel que, en tanto compañeros de viaje, han desempeñado en la consecución de estas metas.

Por ANDRÉS TAPIA

Pasa de la medianoche y cedes al impulso de verificar el espacio restante en la memoria de tu computadora: te restan 100.21 gigabytes libres de 249.8 originales. Tu computadora, que hace dos horas frotaste con un paño y un líquido especial para mantenerla limpia, no serviría de gran cosa para albergar los 2.6 terabytes de metadatos que suponen el universo de la filtración, investigación periodística o estratagema política que hoy se conoce como The Panama Papers.

Por ANDRÉS TAPIA

Más de una vez, el periodista mexicano Carlos Puig ha asegurado que hay ocasiones en que las columnas se escriben solas.

Es martes, 29 de marzo, y en la Ciudad de México pasan de las 14:00 horas. La temperatura raya en los 27 grados Celsius. No soy feliz, pero hoy me siento feliz, y quizá por ello suelto en silencio una carcajada cuando me entero, a través del periódico Reforma de la Ciudad de México, que un hombre llamado Alexander Caviel –británico, 21 años, de profesión asesor financiero y oriundo de Chelmsford, Essex– se fue de juerga, bebió una docena de shots de un coctel llamado Jagerbombs –más unos cuantos tragos de champagne y Amaretto Disaronno– y terminó su borrachera a 1448 kilómetros de donde la inició: ¡en Barcelona, España, sin haber tenido conciencia de cómo llegó ahí!

Por ANDRÉS TAPIA

¿Qué balance hace Kate del Castillo desde el punto uno –digamos ubiquemos el asunto en el tweet que mandaste al Chapo Guzmán–, a lo que ha pasado todo este tiempo y el momento qué vives? ¿Qué balance puedes hacer hoy?

La pregunta la formula la periodista mexicana Carmen Aristegui. Su entrevistada, la actriz –también mexicana, bueno, hoy por naturalización también estadounidense– Kate del Castillo, descrita por Diane Sawyer y el programa televisivo 20/20 de la cadena estadounidense ABC como una “latina superstar” (supongo que al decir superstar suponen que está a la altura de Meryl Streep, Juliette Binoche o Helen Mirren), suspira (o parece que suspira, en realidad a mí me parece que está tratando de inhalar oxígeno porque la realidad la está ahogando).

Por ANDRÉS TAPIA

El tipo está desnudo del torso. Tiene los ojos cubiertos con cinta adhesiva industrial de color plata y las manos esposadas al frente. Al fondo, sobre la pared, se percibe un círculo de luz que sugiere, junto con el brillo de la piel del hombre, que hay un spot dirigido hacia él. En torno suyo, cuatro hombres encapuchados y con uniformes de tipo militar le rodean. Uno de ellos le interroga:

–¿Cuál es tu nombre?

–Manuel Méndez Leyva.

–¡Repítemelo!

–Manuel Méndez Leyva.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía JOHN COOLEY

Conduzco de regreso a casa.

Estela de Carlotto, la presidenta de la asociación de las Abuelas de la Plaza de Mayo, habla en la radio y recuerda –con su dulcísima voz de abuela– cómo fue que logró encontrar al hijo de su hija Laura Estela, secuestrada y desaparecida el año 1977 en Buenos Aires. Casi treinta y seis años de búsqueda para descubrir que un hombre llamado Ignacio Hurban, quien es director y profesor de la Escuela Municipal de Música Hermanos Rossi, es su nieto. Alejandro Franco, un viejo y adorable conocido mío, entrevista a la abuela De Carlotto para W Radio. Ellos están en la mítica Buenos Aires. Yo en la Ciudad de México con su tráfico infernal de siempre.