Por ANDRÉS TAPIA

Llueve afuera. Es 28 de septiembre y pasan de las 15:00 horas, la hora tardía y acostumbrada del almuerzo en la Ciudad de México. La mesa contigua a la que yo me encuentro es un escenario inusual y feliz. Un hombre de entre 30 y 40 años, que porta un traje gris y una corbata roja de buena calidad, come con sus cuatro hijos: dos hembras y dos varones. Todos los chicos son rubios.

El más pequeño de ellos no debe de tener más de tres años. Su padre está a la izquierda y enfría a soplidos la sopa que, cucharada a cucharada, deposita en la boca del niño. Bajo la mesa hay tres mochilas infantiles, coloridas, y cada una de ellas porta el nombre de su propietario. Los chicos mayores, el varón y las dos hembras, no hacen aspavientos mientras una camarera deposita delante suyo tres cajas de cartón con la silueta de los ojos de un búho impresa en sus costados y un menú infantil compuesto de hamburguesas y papas fritas. Delante del hombre, un plato de paella se enfría.

Por ANDRÉS TAPIA

Pablo Escobar yace junto a mí, en el tejado de un edificio en Medellín. Postrados bocabajo, creo recordar que ambos tratamos de esquivar los disparos que una tropa de élite nos prodiga a discreción. Pero no percibo el sonido de las balas, tampoco el olor a pólvora, y mucho menos la sensación de temor.

El edificio tiene cuatro, cinco pisos, no demasiados pero sí suficientes para causar la muerte de alguien que cayese de ahí. Veo los pies descalzos de Escobar, sus vaqueros desteñidos y su polo color azul marino. No veo su rostro.

Por ANDRÉS TAPIA

En la década de 1970 mi padre gustaba de asistir a una taquería situada en un mercado en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Los tacos que ahí cocinaban exhibían, al menos para mí, cierta peculiaridad: a diferencia de los que preparaba mi madre, carecían de crema y queso y sólo estaban cubiertos de salsa picante, verde o roja, a gusto del comensal.

A despecho de mi padre, a mí no me gustaba la salsa picante. Supongo que por ello, la única ocasión que recuerdo haberlo acompañado a esa taquería, yo no comí. Y no me hacía falta: papá me había llevado previamente a un sitio que aún existe y aún frecuento en el que la especialidad son las tortas (bocadillos) de pavo.

Por ANDRÉS TAPIA

En el episodio nueve de la temporada número uno de la serie de televisión Better Call Saul, Mike Ehrmantraut (Jonathan Banks), un ex policía que trabaja como dependiente en un estacionamiento, y Daniel “Pryce” Wormald (Mark Proksch), vendedor especializado de una compañía farmacéutica que roba lotes de pastillas y los vende a un narcotraficante, sostienen el siguiente diálogo.

Mike: La lección es: Si vas a ser un criminal, haz la tarea.

Pryce: Espera, no soy un tipo malo.

Mike: No dije que fueras malo. Dije que eres un criminal.

Pryce: ¿Cuál es la diferencia?

Por ANDRÉS TAPIA

Gustavo me contó la historia en un café unos años antes de que llegase el fin de siglo. Acaso era 1997, 1998… no lo recuerdo con precisión. Bajo el influjo de dos rondas de un brebaje –hoy mítico y casi imposible de conseguir– llamado Ice Cream Soda de Fresa, intentábamos descifrar nuestro presente a partir de los eventos del pasado. Sé bien que puesto así luce tan naïve que acaso nadie prestará atención a este relato, pero cuando eres joven el azúcar y la inocencia pueden embriagar y soltarte la lengua mucho más que tres litros de cerveza.

Él estudiaba la escuela secundaria y en el primero o segundo curso conoció a una niña llamada Aída. Gustavo tenía 12, 13 años, una edad febril y fértil para las fantasías, pero improbable para el amor. Empeñado, como cualquier soñador que se precie de serlo, de ir a contracorriente, mi amigo –hijo de un madre soltera que también era madre soltera de su medio hermano– se enamoró.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: COMIC BOOK RESOURCES

Existe un libro llamado Whoever Fight Monsters. My Twenty Years Tracking Serial Killers for the FBI. La mitad del título está inspirado en un aforismo de Friedrich Nietzsche extraído de Así hablaba Zaratustra: “Quien combate con monstruos debería evitar convertirse en uno en el proceso. Cuando miras fijamente el abismo, él también mira dentro de ti”. El autor del libro (en coautoría con Tom Shachtman) es Robert K. Ressler, un ex agente del FBI que trabajó cerca de 20 años en el buró analizando escenas de crímenes, elaborando perfiles psicológicos de asesinos seriales y, en menor medida, negociando la liberación de rehenes. A él se le atribuye haber acuñado la expresión “asesino serial”.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: 123RF

Tenía quizá 12 años y corría junto a un grupo de amigos alrededor de un parque. Por alguna razón ociosa e inútil que no recuerdo, habíamos decidido hacer ejercicio todas las mañanas. Esa mañana fue singular.

El parque María del Carmen, situado en la zona norte de la Ciudad de México, es un espacio cuadrangular. Mientras me ejercitaba con mis amigos, en el costado oeste del mismo, esa mañana esquivamos –una o dos vueltas– la puerta abierta de un automóvil lujoso que hacía de obstáculo en nuestra carrera.

A la tercera, cuarta, quinta vez, alguien se preguntó por qué esa puerta estaba abierta y obstaculizaba el camino. Al hacerlo y mirar dentro del auto, descubrimos la razón.

Por ANDRÉS TAPIA

Cuando mi padre murió empaqué en dos viejas maletas una gran parte de sus pertenencias. No eran muchas, ciertamente, de modo que tuve que hacer una suerte de curaduría para saber qué llevarme conmigo y qué dejar atrás.

No le había visto en muchos años, y lo que vi cuando lo vi fue un cadáver al que había que identificar para sacarlo de la morgue. “¿Es éste tu padre”, preguntó un forense. Dudé sin dudar, miré sin mirar: tenía la boca abierta, los ojos hundidos, los párpados abiertos. Mi imaginación exacerbada, mi inteligencia y los cientos de novelas de detectives que había leído hicieron el resto: el infarto fue instantáneo. Papá cayó de la cama con el corazón perforado. Quiso halar oxígeno, pero ya no lo consiguió. Fue tan brutal y repentino que sus ojos no pudieron cerrarse.

“Sí, es él”, respondí.

Por ANDRÉS TAPIA

¿Qué fue lo qué pensaste ayer? Ah, sí, la historia del arquero que vive en la Luna. Estabas entusiasmado por causa de ese estadounidense llamado Ben Blaque que se presentó hace unos días en Britain’s Got Talent. Fue eso, sí, y tu fascinación enfermiza y desmedida por las armas medievales. En tiempos en que un fusil de asalto AK-47 tiene una cadencia de disparo y mortandad de 600 balas por minuto, disparar 12 flechas en el mismo lapso es un acto paradigmático de romanticismo.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía ISRAEL P. VEGA

Padezco acrofobia. Quizá por ello me gusta observar a los obreros que construyen edificios. Y si son altos, muy altos, mucho mejor.

Vivo muy cerca de la Torre Mayor, en algún tiempo el edificio más alto de la Ciudad de México. Hoy en día, las recientemente edificadas torres Bancomer y Reforma, aunque sólo sea por unos cuantos metros, triste o felizmente la han superado en altura.

Cuando construían la Torre Mayor –no sé, no recuerdo, hace unos 15 años o algo así–, solía detenerme por las mañanas durante varios minutos para observar cómo izaban las vigas de acero –de cuando menos dos o tres toneladas de peso– que con precisión milimétrica se integraban a la estructura principal para formar así un nuevo piso.

Por ANDRÉS TAPIA

Más de una vez, el periodista mexicano Carlos Puig ha asegurado que hay ocasiones en que las columnas se escriben solas.

Es martes, 29 de marzo, y en la Ciudad de México pasan de las 14:00 horas. La temperatura raya en los 27 grados Celsius. No soy feliz, pero hoy me siento feliz, y quizá por ello suelto en silencio una carcajada cuando me entero, a través del periódico Reforma de la Ciudad de México, que un hombre llamado Alexander Caviel –británico, 21 años, de profesión asesor financiero y oriundo de Chelmsford, Essex– se fue de juerga, bebió una docena de shots de un coctel llamado Jagerbombs –más unos cuantos tragos de champagne y Amaretto Disaronno– y terminó su borrachera a 1448 kilómetros de donde la inició: ¡en Barcelona, España, sin haber tenido conciencia de cómo llegó ahí!

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía JOHN COOLEY

Conduzco de regreso a casa.

Estela de Carlotto, la presidenta de la asociación de las Abuelas de la Plaza de Mayo, habla en la radio y recuerda –con su dulcísima voz de abuela– cómo fue que logró encontrar al hijo de su hija Laura Estela, secuestrada y desaparecida el año 1977 en Buenos Aires. Casi treinta y seis años de búsqueda para descubrir que un hombre llamado Ignacio Hurban, quien es director y profesor de la Escuela Municipal de Música Hermanos Rossi, es su nieto. Alejandro Franco, un viejo y adorable conocido mío, entrevista a la abuela De Carlotto para W Radio. Ellos están en la mítica Buenos Aires. Yo en la Ciudad de México con su tráfico infernal de siempre.

Por ANDRÉS TAPIA

En una escena de la cinta El Padrino Parte III, Michael Corleone sostiene una charla con el Cardenal Lamberto, un personaje ficticio que en la historia de Mario Puzzo y Francis Ford Coppola alude a Albino Luciani, el nombre real del 263º Papa de la Iglesia Católica Romana, quien se negó a ser coronado y cuyo pontificado como Juan Pablo I tan sólo duró 33 días debido a su repentina y extraña muerte.

Corleone acude con Lamberto por consejo de don Tomasino, viejo amigo de su padre y consejero suyo, en la circunstancia de saberse estafado en la adquisición de un poderoso conglomerado de negocios por un grupo de conspiradores cuyos miembros forman parte de la Iglesia, la Mafia y los más altos círculos financieros de Europa, entre los que se incluye al Banco del Vaticano.

Por ANDRÉS TAPIA

El más pleno de los ejercicios democráticos convirtió a Enrique Peña Nieto en el presidente de México el año 2012. Poco más de 19 millones de personas votaron por él, mientras que su contrincante más cercano, Andrés Manuel López Obrador, recibió casi 16 millones de votos.

Más allá de las trapacerías que seguramente llevó a cabo el Partido Revolucionario Institucional para arropar la elección de Peña Nieto y así granjearse votos de manera ilegal –prácticas éstas endémicas que mantuvieron al partido tricolor durante cerca de 70 años en el poder antes de ser derrotados por el derechista Partido Acción Nacional el año 2000– quizá sería prudente reconocer que, incluso sin tales ardides, el ex gobernador del Estado de México habría triunfado en la elección.

Por ANDRÉS TAPIA

La entrevista se realizó en el hotel Distrito Capital –el cual se localiza en el barrio de Santa Fe en la zona Oeste de la Ciudad de México–, en algún momento del año 2011. Paris Hilton, la socialité estadounidense, visitaba México a propósito del lanzamiento de una nueva línea de zapatos de la que ella era propietaria e impulsora.

Yo era el editor adjunto de la revista GQ México y, cuando me ofrecieron entrevistarla, pensé que acaso sería posible conseguir una buena pieza periodística si la confrontaba con preguntas y temas a los que ella poco o nada se exponía. Barack Obama estaba a punto de entrar en la recta final de su primer mandato e iniciar la campaña electoral para el segundo, y yo ingenuamente pensé que la heredera del emporio de Conrad Hilton (su abuelo) podría trascender a su estatus de niña mimada, caprichosa y superficial.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: FERNANDO ACEVES

Look up here, man, I’m in danger

I’ve got nothing left to lose

I’m so high it makes my brain whirl

Dropped my cell phone down below

Ain’t that just like me?

Lazarus

Uno de los primeros días del mes de enero del año 2000, un teléfono sonó en la redacción del periódico Reforma de la Ciudad de México. Apenas escuchar el timbre, Carlos Meraz y yo nos sobresaltamos. Descolgué, encendí el altavoz, dije “Hello!” y, acto seguido, una voz de inconfundible acento londinense y coloratura de barítono, exclamó: “Soy David Bowie, chicos. ¿Cómo están?”.

Por ANDRÉS TAPIA

Fernanda sólo se llama Fernanda porque me sonrió mientras yo pasé a su lado y su sonrisa –un alfiler feliz en mi memoria– hizo resonar ese nombre en mi mente. José, en cambio, su marido, el hombre que conduce el Auburn 852 descapotable (1936) y lleva puesta una gorra de beisbolista, se llama así porque no tengo una razón certera y precisa para llamarlo de otro modo.

Es una tarde del casi invierno de 2016, pero aún no hace frío suficiente para declararlo invierno. Es la Ciudad de México –hoy oficialmente la Ciudad de México– y no el topónimo grotesco, abreviado e insustancial que solía denominarse D.F. (Distrito Federal). Si lo entiendo bien, Fernanda y José formaban parte de una caravana de autos clásicos que circuló con los modos de un desfile la tarde del domingo 20 de diciembre de 2015 por el Paseo de la Reforma. Pero ahora se han disgregado y seguramente vuelven a casa.

Por ANDRÉS TAPIA

Cuando Michael Corleone –el más reluctante de la segunda generación de los Corleone a participar en los negocios de la familia– se entera de que su padre fue víctima de un atentado en el que recibió cinco balazos, pide a sus hermanos y a los caporegime ser quien asesine a Virgil Sollozzo y al corrupto capitán de la policía Mark McCluskey –autor intelectual y cómplice del atentado, respectivamente–, El Padrino, la novela creada por Mario Puzzo, halla su plot point.

Por supuesto, se trata de una obra literaria de ficción. Pero en la vida de cada persona, en mayor o menor medida, hay un plot point que marca el destino de su protagonista.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: MATT BOULTON

Por más extraño que sea un visitante y más inaudita la ciudad de la que provenga, si alguna vez llega a Nueva York invariablemente perderá su individualidad. Pero si no ocurriese así, cuando menos terminará formando parte de un muy amplio catálogo de seres improbables que uno imagina parte de la mitología de alguna civilización antigua, y no obstante son imposibles de hallar.

A Mauricio Hammer

Por ANDRÉS TAPIA

Una mañana soleada del mes de octubre de 1997, en un galerón habilitado como sala de prensa en el Autódromo de los Hermanos Rodríguez de la Ciudad de México, un hombre joven de 29 años se puso en pie cuando David Ramírez, encargado de prensa de la discográfica BMG Ariola, levantó un micrófono para ofrecerlo a una centena de periodistas ahí reunidos. Lo hizo después de tres segundos, lapso en el que Ramírez agitó el micrófono en el aire con la mano derecha, mientras que con un ademán de la siniestra parecía preguntar “¿quién?”.