Por ANDRÉS TAPIA

El 21 de febrero del año 2002, en un video que fue hecho público a través de Internet, lo que podría ser llamado “la Era del Terror propagada a través de medios noveles y alternativos”, fue inaugurada oficialmente a través de la World Wide Web. En dicho video, el periodista Daniel Pearl –estadounidense por nacimiento, judío por religión y corresponsal del diario The Wall Street Journal– fue decapitado por un grupo de radicales islámicos que le secuestraron el 23 de enero de ese mismo año en la ciudad de Karachi, en Pakistán, bajo el argumento de que ejercía labores de espionaje para el gobierno de Washington.

Pearl fue asesinado nueve días después de su secuestro, con precisión el 1 de febrero de 2002, y su cuerpo –fragmentado en diez partes–, sería hallado hasta el 16 de mayo siguiente, en una fosa cavada superficialmente en el pueblo de Gadap, situado a unos 48 kilómetros al norte de Karachi.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: GTRESONLINE

Un amigo me mostró hace unos días un video que puede hallarse en los archivos de YouTube, en el que el presentador de un programa de variedades de la televisión mexicana —un show en algún sentido muy similar al que condujo Ed Sullivan en Estados Unidos de 1948 a 1971—, ofrece una disculpa a un cantante llamado Zorro, al que tiempo atrás, en un programa en directo, interrumpió por considerar que su personaje era “afectado y demasiado sofisticado”, dicho esto a la manera de un eufemismo, cuando en realidad quería decir que lo hallaba demasiado “femenino”.

El conductor se hacía llamar Raúl Velasco y durante cerca de tres décadas fue una suerte de guardián de la moral en México. Su programa, llamado Siempre en Domingo, fue el escaparate en el que se exhibía a los ídolos musicales de la época, bajo la condición de que ni su imagen ni su música atentasen, en modo alguno, contra las buenas costumbres.

Por ANDRÉS TAPIA

Hubo un tiempo en el que el país en el que vivo fue un buen sitio para vivir: el diario llegaba todas las mañanas y, pese a que era arrojado con la violencia con la que se arroja un cadáver, nadie temía levantarlo porque en sí mismo aquello era un acontecimiento feliz. Era así porque las malas noticias ocurrían en otros países y en otros tiempos, y la tormenta que vendría estaba situada en un futuro muy distante.

En tiempos como ese, las tragedias, por ejemplo, ocurrían en Nueva York. La noche del 10 de agosto de 1977, un periodista de televisión en México llamado Jacobo Zabludovsky, en punto de las 22:00 horas, inició su programa con las siguientes palabras: “Nueva York al fin puede dormir: cayó el Hijo de Sam”. Zabludovsky se refería a David Berkowitz, un asesino serial que había asesinado a seis personas y herido a siete más en un lapso cercano a 13 meses.

Por ANDRÉS TAPIA

Es muy posible, sin que existan las fuentes necesarias para confirmarlo, que las palabras “La Tierra es azul” fueran pronunciadas por el cosmonauta soviético Yuri Gagarin durante la misión que emprendió a bordo del Vostok 1el 12 de abril de 1961, y la cual consistió en orbitar el planeta, así como experimentar las actividades más simples de un ser humano en estado de ingravidez.

La narrativa oficial de la entonces URSS no las da por ciertas, tampoco las desmiente, si bien resulta lógico que ante la circunstancia de ser el primer ser humano en el espacio que contempló la Tierra desde el espacio exterior, Gagarin haya descrito con detalles minuciosos lo que vio por iniciativa propia o, bien, por exigencia del Control de Tierra.

Pero las haya pronunciado o no, hoy sabemos que son ciertas y la única referencia que existe en contra de su posible paternidad procede de una de las más simples y extraordinarias líneas poéticas que se hayan escrito jamás: en 1969, en la canción “Space Oditty” estrenada ese año, David Bowie haría decir al Major Tom —el personaje ficticio de la misma—: “Planet Earth is blue, and there’s nothing I can do”.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: AMI VITALE

El Mundo ya no es un lugar seguro. Pudo ser ayer, esta mañana o cualquier otro día del futuro, pero un día es posible que despiertes y caigas en la cuenta de que todo aquello que exhibías con orgullo o, bien, fingida indiferencia, fue utilizado por alguien para penetrar tu psyche y hacerte no vulnerable —en realidad lo fuiste desde el momento en que confiaste en alguien que no conocías— sino manipulable.

Es así porque en algún momento de los últimos 14 años, sin apenas notarlo, cedimos a la tentación de formar parte de un microuniverso que está contenido en un planeta llamado Tierra  en el que habita una especie conocida como humana, si bien taxonómica y paradójicamente designada como Homo sapiens.

Por ANDRÉS TAPIA

El 2017 es un número primo. El 306º en la lista de los números que sólo son divisibles entre sí mismos y la unidad. Si a 2017 se le despeja de la siguiente manera: 2017+(2-0-1-7), el resultado es 2011, el anterior número primo en la escala de los números de esa clasificación. Pero si se retira el paréntesis y en contraposición se añaden sólo signos de adición (2017+2+0+1+7), el resultado es 2027: el 307º número primo, es decir, el siguiente en la lista de los números naturales mayores a 1 que sólo tienen dos divisores.

Si a 2017 se le resta el anterior número primo (2011), el resultado es 6. Si se suman los cuatro dígitos de 2017 (2+0+1+7) la suma ofrece 10. La suma de 6+10 es 16, es decir, el cuadrado perfecto de 4 entre los números primos 305 y 307, y la diferencia entre uno y otro. ¿No basta? Sumemos entonces 3+0+5+3+0+6+3+0+7. ¿Resultado?: 27. El 27 no es un número primo, como tampoco lo es 25, que representa la suma por dígito individual de 2+0+1+1+2+0+1+7+2+0+2+7. Sin embargo, si del mismo modo se adiciona 2+7+2+5, de nuevo tenemos 16.

Por ANDRÉS TAPIA

Me llamo… no, mi nombre no importa ahora. Hace tanto tiempo que no lo escucho de voz alguna que quizá ha dejado de importarme. O tal vez no lo recuerdo.

Salí de mi casa una tarde, una noche o una mañana… eso tampoco lo recuerdo. Pero tengo la certeza de que me dirigía a un sitio al que no llegué o del cual jamás volví.

Cogí mi mochila, un portafolio, la vieja y barata maleta deportiva en la que guardé mis herramientas, mis papeles, tres tortillas casi duras y una fotografía de alguien a quien creo recordar amé profundamente.

Por ANDRÉS TAPIA

Daría cualquier cosa porque las palabras que dan título a esta columna fuesen mías. No lo son. Pertenecen a Joaquín Sabina y se complementan con el siguiente verso: “…y a los niños les da por perseguir el mar dentro de un vaso de ginebra…”

Sabina las escribió en 1980, el año en que John Lennon fue asesinado, tiempo en el cual el movimiento contracultural denominado “la Movida Madrileña” surgió para apuntalar la transición de la España postfranquista, y de paso inoculó del germen del idealismo a la propia España y, un poco más tarde, a Hispanoamérica.

De otro modo –acaso el modo del narrador, de ese al que no le es dado entrometerse sino apenas observar–, Sabina también formó parte de dicho movimiento. Muerto el dictador, el padre autoritario e intransigente que hizo de España un accidente en la geografía de Europa, había que organizar una fiesta. Y así ocurrió.

Por ANDRÉS TAPIA

Al final del capítulo “La sonrisa de Karenin”, de La insoportable levedad del ser, Milan Kundera escribió: “El tiempo humano no da vueltas en redondo, sino que sigue una trayectoria recta. Ese es el motivo por el cual el hombre no puede ser feliz, porque la felicidad es el deseo de repetir”.

Siendo niño, en una pendiente situada a un costado de Los Pinos, la residencia de los presidentes de México y la cual se localiza en el Bosque de Chapultepec de la capital del país, descubrí un pasatiempo vinculado de manera muy estrecha con el concepto de la felicidad acuñado por Kundera. Sin fuerza suficiente ni músculos para poder escalar la pendiente, solía empujar una bicicleta a pie hasta el sitio en que una puerta metálica resguardada por dos soldados impedía continuar con el ascenso; luego, me montaba en ella para dejarme caer a una velocidad insospechada.

Por ANDRÉS TAPIA

La cinematografía, en tanto invento, precede a la televisión y su origen se remonta a los últimos años del siglo XIX. A partir de una máquina llamada cinématographe patentada en 1895, los hermanos Louis y Auguste Lumière fueron capaces de filmar y proyectar imágenes en movimiento. La televisión, sin embargo, si bien en los hechos ofrecía cierta similitud con la cinematografía, difería de aquella en tanto estaba dotada de la capacidad de ofrecer la proyección de imágenes en tiempo real.

Tres décadas separan a la invención del cinematógrafo y el primer televisor comercial, cuya creación fue obra del ingeniero escocés John Logie Baird en 1925. Consecuentemente, el cine dispuso del privilegio de imaginar, crear y establecer una narrativa visual.

Los primeros televisores se comercializaron a finales de la década de 1920, pero representaron tan sólo el privilegio de unos cuántos y lo que proyectaban era prácticamente nada. Y si bien su auge se potenció durante las siguientes dos décadas, su oferta era mínima y circunscrita a ámbitos locales. El cine, en cambio, comenzaba a experimentar.

Por ANDRÉS TAPIA

A Cyn, ella sabe porqué…

El cielo estaba encapotado de nubes grises cuando la voz serena del capitán del vuelo 1029 de Delta Airlines, susurró a través de los altavoces: “Tripulación: 3,000 pies”. Esas palabras son un código y llanamente significan que el aterrizaje es inminente en tanto restan sólo 914 metros para tomar la pista. A esa mínima altura, sin embargo, los alrededores del Aeropuerto Internacional JFK de Nueva York no eran visibles.

Repentinamente, como quien despierta de un sueño, la mancha urbana que rodea el aeropuerto apareció en el horizonte bajo. El capitán sacudió las alas del avión para alinearlo en la pista, pero la humedad, el calor y el viento estaban en su punto más álgido. Cuando dejó de escucharse la aceleración de los motores, la aeronave escoraba a babor. En otras palabras: no sería un aterrizaje simétrico. La parte izquierda del tren de aterrizaje tocó tierra primero y, en consecuencia, cuando la derecha hizo lo mismo, al avión se sacudió. Sin ceder al pánico temí lo peor. Y sólo pude pensar en John Lennon.

Por ANDRÉS TAPIA

Existe un proverbio de origen desconocido –aunque algunas fuentes lo presumen anglosajón– que asegura que “el diablo está en los detalles”. Dicha frase, empero, es una variante de “God is in the detail” que, alternativamente, se atribuye al arquitecto alemán Ludwig Mies van der Rohen, al historiador de arte –también alemán– Aby Warburg y al escritor francés Gustave Flaubert, si bien la estructura gramatical de este último ostenta una mínima pero sutil diferencia: “Le bon Dieu est dans le détail (el buen Dios está en el detalle)”.

El pasado domingo 27 de agosto, viajé de regreso de Las Vegas, Nevada, a la Ciudad de México. Asistí a la convención que anualmente celebra en esa ciudad la automotriz General Motors, y decidí quedarme por mi cuenta el fin de semana.

Por ANDRÉS TAPIA // Foto: TWITTER: JAPANEMB_MEXICO

En los corredores de la muerte de Estados Unidos, cuando un sentenciado abandona su celda por última vez para dirigirse a la cámara de ejecución, el guardia que le franquea el paso anuncia su salida y trayecto con la siguiente frase: Dead man walking!, que literalmente significa “hombre muerto camina o caminando”.

Conocí dicha expresión y de su uso a partir de la película del mismo nombre protagonizada por Sean Penn y Susan Sarandon (Dead Man Walking, Tim Robbins; 1995), la cual es una adaptación del relato homónimo de no ficción, escrito por Helen Prejean, una monja que pertenece a la hermandad de Saint Joseph of Medaille, una de cuyas congregaciones está situada en New Orleans.

Por ANDRÉS TAPIA

Tú cruzarás la calle un día perdido de tu niñez. Si lo recuerdas bien, persigues un balón que amenaza con fugarse del barrio y al hacerlo te convertirás inadvertidamente en un criminal: tu padre te prohibió no descender jamás de la acera si no es en su presencia. Correrás el riesgo, como se corren los riesgos cuando se tienen siete años: en plenitud de la inconsciencia, con una gorra de béisbol en la cabeza y la inocencia todavía intacta. La muerte, te han dicho, es algo que alguna vez ocurrirá, pero tú serás eterno.

Son los días postreros del verano, una tarde llena de sol. Al otro lado de la calle vive Carmen, la que será tu primer amor, la niña a la que habrás de olvidar cuando termine tu infancia y a la que hoy, en este futuro al que eres incapaz de proyectarte, recordarás como si fuese un trozo del naufragio en el que ahora, mañana, dentro de 42 años, se ha convertido tu ciudad.

Rueda el balón mientras Armando, Aarón, Martín y Miguel Ángel, los amigos más antiguos que recordarás, te gritan “pásalo, pásalo”, pero en la recién nacida soberbia de tu individualidad, esa virtud endémica de los habitantes de una metrópoli, hallarás el recuerdo de tu futuro mientras se implanta en tu alma, a un mismo y absurdo tiempo, un miedo irracional a la soledad.

Por ANDRÉS TAPIA // Foto: GETTY IMAGES

El año 2007 fue el último del calendario gregoriano en que el homo sapiens se mantuvo erguido. A contracorriente de la tecnología, que ese año alcanzó uno de los puntos climáticos en la era de Internet, los seres humanos comenzamos a perder la capacidad de contemplar al mundo desde nuestra propia óptica.

Ha pasado tan sólo una década, pero la sensación que se percibe es que se trata de un siglo. Ese año Bulgaria y Rumania ingresaron a la Unión Europea, Eslovenia pasó a formar parte de la llamada Zona Euro, un impoluto Luiz Inácio Lula da Silva tomó posesión de la presidencia de Brasil, mientras que Hugo Chávez dio comienzo a su tercer periodo al frente del gobierno de Venezuela.

El de aquel año era un mundo diametralmente distinto al que conocemos hoy: ingenuo, improbable, absurdo y hasta feliz. Entonces Corea del Norte anunció su intención de poner punto final a su programa nuclear a cambio de combustible y financiamiento económico; la carrera de Britney Spears, agotada de escándalo en escándalo, parecía estar acabada cuando decidió raparse; la selección de fútbol de los Estados Unidos se alzó victoriosa con la Copa Oro y, después de diez años de ausencia, el grupo argentino Soda Stereo anunció su regreso a los escenarios con la gira “Me verás volver”.

Por ANDRÉS TAPIA

Durante la Segunda Guerra Mundial, el sonido de sirenas solía anunciar a los habitantes del Reino Unido la llegada inminente de un escuadrón de bombarderos alemanes. La gente corría a los refugios subterráneos, si estos se hallaban cerca, o buscaba cobijo donde pudiera hallarlo. Para desmoralizar más a la población e infundirle miedo, los raids aéreos tenían lugar durante la noche o la madrugada.

Desde hace unos años, la Ciudad de México dispone de una tecnología que en cierto modo imita el sonido de las sirenas que despertaban a los británicos y les recordaban que estaban en guerra. Colocadas estratégicamente, una serie de bocinas se activan cada vez que el Servicio Sismológico Nacional detecta un movimiento inusual de las capas tectónicas del país y emite una alarma.

Cual si fuera un mantra, y emitida con el tono de gravedad que la situación amerita, una tarde o una mañana la capital de México puede escapar de su rutina al influjo de sólo dos palabras: “Alerta sísmica”.

Por ANDRÉS TAPIA

En un país en el que se han cometido 293,607 homicidios desde el año 2000 hasta el mes de julio de 2017, besar a los muertos no es el punto climático de la secuencia de un drama hollywoodense, sino un acto insólito que amenaza devenir en costumbre.

Una fotografía que fue la portada de un tabloide mexicano el pasado miércoles 30 de agosto, muestra a una chica de hinojos, postrada sobre el cadáver de un joven de 16 años, que besa los labios de un rostro inerte y ensangrentado.

El titular del diario fue “¡Último beso!”, y en su narrativa definió al chico como un “halcón”. En el argot del México de los últimos tiempos: un vigilante al servicio de una organización criminal.

Por ANDRÉS TAPIA

En una ocasión, para tratar de definir los vericuetos de su oficio, Federico Fellini aseguró: “Cuento las cosas con imágenes, de modo que por fuerza tengo que atravesar esos corredores llamados subjetividad”.

El diccionario define a la palabra subjetivo como “perteneciente o relativo al sujeto, considerado en oposición al mundo externo”, mientras que una segunda acepción matiza: “perteneciente o relativo al modo de pensar o de sentir del sujeto, y no al objeto en sí mismo”.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: EFE-DAVID ARMENGOU

Las que se presume fueron las últimas cargas de caballería que registra la historia, tuvieron lugar durante la Segunda Guerra Mundial. La primera de ellas el 1 de septiembre de 1939, el día elegido por Adolf Hitler para iniciar la invasión nazi de Polonia.

Una brigada llamada Pomorska –formada  por tres regimientos (dos de lanceros y uno de fusileros montados) compuestos por 6,143 hombres, 5,194 caballos, 12 cañones, 21 tanquetas, una batería antiaérea, un escuadrón de ciclistas, uno de ingenieros, uno de comunicaciones y algunas decenas de operarios–, enfrentó el asedio de la 20ª División Motorizada alemana.

Había transcurrido casi cuatro décadas del Siglo XX, pero en ciertos aspectos Polonia seguía anclada en el XIX. Disponían de una caballería compuesta de 70,000 jinetes, la más numerosa de Europa, la que les había defendido en 1920 de las tropas soviéticas y cuyo origen se remontaba a la época en que el bajito Napoleón lucía como un gigante montado a caballo mientras recorría y sometía buena parte del viejo continente y el norte de África. 

Por ANDRÉS TAPIA // Foto: PAVEL GOGULAN-INSTAGRAM

El día que Spiderman escaló un rascacielos de la Ciudad de México, un diario estadounidense reveló tres secretos que ya conocías: los superhéroes no existen, los villanos siempre ganan y los políticos son una especie que debería haberse extinguido hace mucho tiempo.

Son días estos en los que el sol vuelve a asomar detrás de las nubes, luego de semanas en las que el gris del asfalto se confundió y pertrechó con y bajo el gris del cielo. Las tormentas cayeron –un día sí y otro también– como si fuesen maldiciones bíblicas. Y cuando no fue así, una sutil pero infame lluvia londinense se encargó de diluir el azul cerúleo con el que los más optimistas suelen pintar esa cursilería llamada esperanza.

La lluvia, sin embargo, no borró ni lavó el carmesí que todos los días se filtra y escurre en las alcantarillas.